El Imparcial

La promesa de los trenes de pasajeros

- CATÓN Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

“Anoche me acosté con Gloriluna, la mujer más hermosa del pueblo; la de proficuo busto, enhiesto caderamen y torneadas piernas. Ah, y bello rostro”. Eso le dijo aquel sujeto al padre Arsilio en el confesonar­io. “Difícil me será darte la absolución -le indicó el buen sacerdote-, pues no creo que estés arrepentid­o, pero en fin: De penitencia reza una Salve”. “No conozco esa oración -acotó el tipo-. No soy católico; soy evangélico”. “¿Evangélico? -se sorprendió el presbítero-. ¿Y entonces por qué vienes aquí a contarme eso?”. Replicó, orgulloso, el individuo: “A todo mundo se lo estoy contando”. La señora leía un libro de autora feminista. La obra dedicaba cinco páginas a exaltar a la mujer y 798 a hablar mal del varón. Interrumpi­ó la señora la lectura, se volvió hacia su marido y le reclamó enojada: “¿Y por qué tú nunca me tratas como objeto sexual?”. Loretela narró en la merienda con amigas: “Mi mamá vio a mi padre por primera vez, y al punto quedó prendada de él”. “¡Qué emocionant­e! -se conmovió una-. ¿Y sigue tan enamorada de él como entonces?”. “No lo sé -contestó Loretela-. Nada más esa vez lo vio”. La nostalgia es una tristeza que se goza. Hermana de la melancolía, prima de la saudade, es visitante asidua en horas de crepúsculo, cuando la tarde no es tarde ya y la noche tarda. Yo la conozco bien y la recibo; unas veces me aflige, me alegra otras. Ayer -ya todo en mis edades es ayer- me recordó las veces que con la amada eterna y nuestros hijos viajábamos en el Regiomonta­no. Salía ese tren de Monterrey para llegar catorce horas después a la Ciudad de México. Hacía en Saltillo una breve escala a fin de enganchar un vagón con pasajeros de esa gran metrópoli. El coche era de los llamados Pullman; tenía camerinos privados y literas. Los niños hacían de ese viaje una aventura, y costaba trabajo ponerlos a dormir. A sus ojos el tren iba por la vía como aguinaldo de juguetería. Llevaba comedor donde cenábamos y tomábamos el desayuno. Había coche fumador, y otro nombrado “observator­io”, con techo transparen­te a través del cual no se veía nada. Una vez sí y otra también el servicio sufría demoras por diversas causas que nadie se cuidaba de explicar. Ocasión hubo en que llegamos a nuestro destino 24 horas después de la hora señalada. Nadie se molestaba en protestar; aquellas contingenc­ias se recibían como un acto de Dios o de la naturaleza. Los trenes de pasajeros acabaron por desaparece­r; quedaron en las vías del recuerdo. Ahora Claudia Sheinbaum anuncia que los resucitará. Esas resurrecci­ones son costosas; las únicas gratuitas han sido las que obró Nuestro Señor in illo tempore. Me pregunto si los trenes de pasajeros recuerdan que lo fueron, y si volver a usar las vías será viable. El automóvil, el jet y el autobús harán competenci­a a los antiguos nuevos trenes, y dificultar­án que sean empresas redituable­s. Pero ¿acaso alguna empresa del Estado lo es? Los gobiernos son malos negociante­s en lo público, y muy buenos en la opacidad de lo privado. Esperemos que las promesas de la candidata oficialist­a sean sólo promesas, y que si la señora llega al poder no imite a su tutor en eso de hacer trenes que tienen como estación final la bancarrota. Un mozalbete majadero con tufos de playboy le comentó a otro de su misma laya: “Me gusta mucho Deslicia. Es guapa, simpática, agradable, elegante, inteligent­e, culta y adúltera”. Noche de bodas. La recién casada vio por primera vez al natural a su flamante esposo y comentó en seguida con marcado acento de desilusión: “Tu mamá me dijo que tenías cosas de niño, pero yo pensé que se refería a la inocencia”. FIN.

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