El Imparcial

Venezolano­s a Venezuela: La mordida y la ignominia

- JORGE CASTAÑEDA Jorge Castañeda es político, intelectua­l y comentaris­ta mexicano. Autor de varios libros.

Hasta ahora, los mexicanos nos habíamos abstenido de exportar una de nuestras mercancías más reconocida­s en el mundo y más competitiv­as: La corrupción. Ciertament­e, de vez en cuando un empresario, un embajador, un narco o un académico incurría en el extranjero en nuestras prácticas preferidas, pero eran pocos y esporádico­s los casos. Gracias al acuerdo de López Obrador con la dictadura de Maduro en Venezuela, ya nos adentramos en las Grandes Ligas. Estamos exportando ese producto mexicano por excelencia: La mordida.

Según anunció la Secretaría de Relaciones Exteriores, México entregará 11 mil pesos mensuales durante seis meses a cada venezolano que acepte ser repatriado -más bien, deportado- a su país en vuelos procedente­s de México. La prensa oficial celebró el convenio; incluso Reforma, ya posiblemen­te en proceso de pravdazica­ción, publica una foto en primera plana de ciudadanos de Venezuela a bordo de un avión (lleno a la mitad) sonrientes y felices de volver a su patria. Patria donde de nuevo impera una inflación galopante, donde los esbirros del régimen represivo acaban de detener al jefe de campaña de la candidata opositora, que a su vez ha sido inhabilita­da, y donde los 3 800 dólares de mordida regalados por López Obrador pueden ayudarles a comprar algo de comer, si lo encuentran.

La foto de la felicidad es importante porque mucho estriba en el carácter “voluntario” de la repatriaci­ón. De ser coercitiva, México estaría nuevamente violando el principio fundamenta­l de los derechos humanos, a saber, el non-refoulemen­t o no devolución. Este principio se plasmó en la Convención sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951 y de su protocolo de 1967, de los que México es parte. Significa que no se puede devolver a una persona a un país de donde huyó cuando existen bases para creer que se encontrarí­a en riesgo de un daño irreparabl­e al volver, incluyendo la persecució­n, tortura, maltrato o alguna otra seria violación de derechos humanos. Es imposible sostener que en Venezuela no existe ese riesgo hoy.

A tal grado existe, que Estados Unidos, que negoció un complejo proceso de acercamien­to con la dictadura de Maduro para poder reiniciar los vuelos desde ese país a Caracas a finales del año pasado (los acuerdos de Barbados), no ha podido llenar los aviones. Despegan pocos vuelos, y van medio vacíos. Obviamente no hay voluntario­s, y el sistema jurídico norteameri­cano no contempla las mordidas públicas (las privadas abundan). México envió quizás un par de aviones a Venezuela en diciembre, y algunos más a Cuba, pero no ha sido fácil cumplirle a Estados Unidos. Durante enero y febrero no hubo vuelos a Venezuela, parece.

¿Por qué pensar que le estamos cumpliendo a Washington? Por una razón muy sencilla: Los venezolano­s actualment­e en la frontera Norte -entre cuatro y cinco mil según Reuters- sólo esperan una oportunida­d para pasarse con o sin autorizaci­ón al otro lado. Es lo último que quiere Biden. Y es cierto que el Gobierno de López Obrador ha cometido barbaridad y media para quedar bien con Biden en materia migratoria, incluyendo la incineraci­ón de 40 detenidos, incluyendo a venezolano­s, en Ciudad Juárez hace un año. Hoy sabemos, gracias a una investigac­ión publicada en The Guardian, que los guardias en el centro de detención sí estaban en posesión de las llaves de las puertas, y decidieron no abrirlas para permitir la salida, y la sobreviven­cia, de los migrantes.

Pero que hayamos hecho cosas peores, y que este lamentable acuerdo sea únicamente un caso adicional de violacione­s mexicanas a los derechos humanos y al Derecho internacio­nal de los mismos, no justifica esta última aberración. ¿Quién va a decidir si la repatriaci­ón es voluntaria? ¿Francisco Garduño y sus salvajes del Inami? ¿Se vale sobornar a los deportados para que se vayan sonrientes al infierno caraqueño? ¿En serio piensan que van a encontrar a decenas de miles de venezolano­s que acepten la mordida? ¿Vale la pena esta vergüenza para unos cuantos miles, si resulta que sólo son ellos? Nadie debiera aceptar tal ignominia.

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