El Imparcial

Humor dominical

- CATÓN Licenciado en Derecho y en Lengua y Literatura españolas/cronista de Saltillo.

“Mi novio es un caballero -declaró en reunión de amigas la linda Susiflor-. Es cortés, educado, comedido; jamás incurre en algún atrevimien­to; no se toma conmigo ninguna libertad. ¡Ya me tiene harta!”. El karateca llegó a su casa y encontró a su mujer en trance de erotismo con un sujeto que ciertament­e no era él. De inmediato adoptó la postura del arte marcial y profirió a todo pulmón el grito intimidant­e y agresivo del karate:

“¡Yaaaaaa!”. Sin mostrar temor alguno respondió a la amenaza el individuo: “Ya merito”. Exactament­e a los 270 días de casada la joven esposa dio a luz cuates, o sea mellizos. El marido, que estaba en la sala de partos con su mujer, le sugirió al obstetra: “No se vaya, doctor. Si la cosa fue como hace 9 meses, dentro de media hora vendrá otra tanda de dos”. La mujer caníbal le comentó, molesta, a su vecina: “No sé qué hacer con mi marido”. Le ofreció la otra: “Si quieres te presto mi recetario”. Arpiana, lo diré sin tapujos, era insoportab­le. Vivía con sus padres, que no aguantaban ya su mal carácter, el cual iba empeorando con el tiempo. Todas las noches el señor y la señora se ponían en oración para pedir que le saliera a su hija un pretendien­te que se la llevara, de ser posible a las antípodas, aunque no se unieran con el sagrado vínculo del matrimonio. El milagro que pedían los tribulados padres se hizo: A la madura célibe la cortejó un sujeto, y además -¡oh maravilla!- con intencione­s de casorio. Una noche se presentó el novio en casa de Arpiana y le dijo a su padre: “Vengo a pedirle la mano de su hija”. “Concedida -respondió al punto el genitor-, pero a condición de que se lleve también todo lo demás”. Mister Cluck, ciudadano americano, relató: “Mi tatarabuel­o era un poco despistado. En la Guerra de Secesión combatió en favor del Oriente”. Ya conocemos a don Chinguetas: Es un tarambana. Su esposa le reclamó, irritada: “Me dicen que tienes una querida, una mujer europea”. “¡Ah, cómo inventa la gente! -se molestó Chinguetas-. ¡Ésa es una gran mentira! ¿De dónde sacaron que es europea?”. El toro semental que en su granja tenía don Poseidón llegó a la edad en que las vacas dejaron de interesarl­e. Le llevaban una a su corral, dispuesta al cubrimient­o, y hacía de ella el mismo caso que si le hubieran llevado una bicicleta o un refrigerad­or. Así, el granjero fue a un rancho donde vendían toros sementales a fin de comprar uno nuevo para sustituir al que por sus muchos años había adquirido la involuntar­ia virtud de castidad. El propietari­o de los animales le mostró a don Poseidón un toro. Le informó: “Es muy bueno. Lo hace dos veces seguidas”. Doña Holofernes, que acompañaba a su marido, le dio a don Poseidón un codazo y le dijo por lo bajo: “¿Ya ves?”. Él se amoscó, pero no respondió nada. Trajo otro semental el dueño y le indicó a don Poseidón: “Éste es mejor. Lo hace tres veces seguidas”. Oyó eso doña Holofernes y le dio otro codazo a su consorte al tiempo que en voz baja le repetía: “¿Ya ves?”. Tampoco replicó el marido a la insinuativ­a frase, pero su molestia se acentuó. El dueño de los toros trajo otro y lo alabó: “Éste es el campeón. Lo hace cuatro veces seguidas”. Nuevo codazo de doña Holofernes a don Poseidón, y la misma frase comparativ­a: “¿Ya ves?”. No pudo contenerse por más tiempo el buen señor. Le preguntó al establero: “Dígame: Eso de dos veces, tres veces, cuatro veces seguidas, ¿es con la misma vaca o con vacas diferentes?”. “No -aclaró el hombre-. Es con vacas diferentes”. Entonces don Poseidón le dio el codazo a su señora y le dijo con vindicativ­o acento: “¿Ya ves?”. FIN.

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