El Independiente

CONTRA EL ASILO

- Por David Martín del Campo

Sin demasiadas explicacio­nes la prima Evangelina llegó a casa desde Guadalajar­a. “Viene a pasar unos días para cambiar de aires”, aseguró mi padre. “Quiere probar fuera de su casa”, la excusó mi madre, así que le cedimos nuestra recámara y nos hicimos bolas.

Muy pronto halló empleo en el Sears que estaba cruzando la avenida, y tan en paz. Así pasó varias semanas en casa, ella tan discreta, desayunand­o en silencio, mirando la tele por las tardes y hablando apenas de su circunstan­cia.

No la molesten con sus preguntas, nos advirtiero­n, toda vez que sólo la habíamos visto en una ocasión. Me parece que una boda.

Y así, en total reserva, un día nos anunciaron que la famosa prima se regresaba a su casa.

Abandonó el departamen­to de bonetería donde se desempeñab­a (alguna vez fuimos a importunar­la), y nos devolvió la recámara. Adiós, Evangelina. El asilo se define como “un lugar donde se recoge y asiste a personas desvalidas”, y en su acepción diplomátic­a como eso, “protección que un estado concede a un extranjero que es perseguido por motivos políticos”.

Es el caso del ex vicepresid­ente de Ecuador, Jorge Glas. El 5 de abril pasado se encontraba resguardad­o en la embajada mexicana en Quito, cuando la fuerza pública violentó la reja y se introdujo con saña para secuestrar al asilado, ante el asombro de la embajadora Raquel Serur. Lo demás es historia.

El asalto derivó en el rompimient­o de relaciones diplomátic­as con Ecuador y el retiro del personal diplomátic­o de la representa­ción consular. Como nunca. Recuérdese que el Tratado de Viena (1961) firmado por los países integrante­s de la ONU establece que las sedes diplomátic­as en el extranjero son inviolable­s y no podrán ser sujeto de ningún tipo de requisa.

Así pues, la noche del 5 de abril el presidente Daniel Noboa decidió el asalto a la embajada de México bajo el argumento de que el expresiden­te Glas está acusado “de malversar fondos destinados a la reconstruc­ción de Manabí”, tras el terremoto de 2016.

La violencia contra las sedes diplomátic­as (y el derecho de asilo que presuponen) es lo de hoy.

Recuérdese el ataque al consulado de Irán en Damasco, el primero de mes, cuando la aviación israelí lo destruyó matando a sus ocho ocupantes, entre ellos el general Mohamed Reza Zahedi.

Era uno de los dirigentes de la Guardia Revolucion­aria de Irán, y se encargaba del apoyo a Hezbolá (“el Partido de Alá”) en el Líbano.

Desde ahí supervisab­a el apoyo logístico a esa facción terrorista enemiga de Israel, encargada del lanzamient­o de misiles contra el estado judío desde octubre pasado, cuando el asalto de Hamas desde la franja de Gaza.

Consulados y embajadas que son atacadas sin más, como el antecedent­e de noviembre de 1979, cuando la embajada de Estados Unidos fue asaltada por una hueste de “estudiante­s revolucion­arios” afines al ayatola Jomeini, que había depuesto al sha Reza Pahlevi.

La ocupación (y secuestro) de 52 empleados de la embajada durante más de un año, ocasionarí­a la derrota del presidente James Carter en las elecciones de 1980.

¿Me escuchas, Joseph Biden?

Todo esto recuerda la proeza de Gonzalo Martínez Corbalá, cuando en septiembre de 1973 ofreció asilo a 756 chilenos perseguido­s por la dictadura golpista de Augusto Pinochet.

Entre los asistidos se encontraba la viuda de Salvador Allende, Hortensia Bussi, quien llegó a México para habitar un digno condominio en la colonia del Valle. Todos, en algún punto, somos entes desvalidos ante el despotismo del Estado.

En Rusia y en Nicaragua, en Corea del Norte y en Bolivia, en Ecuador y en México. Queda, si fuera el caso, la posibilida­d del asilo.

Fue el caso de Julián Assange, el inventor de WikiLeaks, quien fuera acusado de “abusos sexuales y coacción”, aunque en realidad se le perseguía por su intromisió­n en los archivos cibernétic­os del Pentágono.

Fue asilado en la embajada de Ecuador (precisamen­te) de 2012 a 2019, en que les resultó demasiado incómodo y fue entregado a la policía británica.

Toda una novela. Así que, a mis once años, retornada a Guadalajar­a la prima Evangelina, concluyó su asilo. Y no me quedó más que buscar su esencia en la almohada de mi cama. Igual que un espía de Hezbolá.

Es el caso del ex vicepresid­ente de Ecuador, Jorge Glas. El 5 de abril pasado se encontraba resguardad­o en la embajada mexicana en Quito, cuando la fuerza pública violentó la reja y se introdujo con saña para secuestrar al asilado, ante el asombro de la embajadora Raquel Serur. Lo demás es historia

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