El Informador

Marina abre puertas

- jonathan.lomeli@informador.com.mx Jonathan Lomelí

Conocí a Marina en una clase de Yoga. Estaba sentada en un rincón del estudio. Es una joven de 33 años, alta, esbelta y cauta en sus movimiento­s. Durante la clase, la instructor­a le acercó un par de bloques y una manta a diferencia del resto que recogimos nuestros propios materiales. Eso llamó mi atención. Hasta el final de la clase lo entendí.

Dos semanas después me senté frente a Marina en un café de la calle Libertad. Allí me contó su historia. Nos acompañó su hermano.

Marina fue deportista de alto rendimient­o. A los 17 años incursionó en el atletismo en el CODE Jalisco. Triunfó en los 400 metros planos. En las olimpiadas nacionales sumó medallas de oro para el Estado. También probó el lanzamient­o de jabalina pero destacó más en el salto de longitud. En esa disciplina cosechó sus mayores triunfos. Compitió en Colombia y en España. En 2011 la rankearon en el tercer lugar mundial en su categoría. Debido a una fractura, justo antes de clasificar para las Olimpiadas de Londres, tuvo que retirarse. Entonces se dedicó a correr. Hasta los 27 años participó en todas las carreras y medios maratones que pudo. Siempre quedaba en los primeros lugares. También practicó un tiempo halterofil­ia.

Estudió la licenciatu­ra en fisioterap­ia. No niega que enfrentó dificultad­es, pero las superó: “Mis maestros no estaban preparados para mí”. Pero fue el mejor promedio de su generación. Desde hace tres años vive en Ciudad Guzmán con su esposo. En su casa habilitó un pequeño consultori­o en donde atiende a sus pacientes. Y desde el año pasado comenzó su certificac­ión en Guadalajar­a como instructor­a de Yoga.

Revisé el censo 2020 del INEGI. En Jalisco, el 1.8 por ciento de la población comparte la condición de Marina. Eso explica el significad­o del deporte en su vida: “Es mi necesidad. No es un hobby. Es para mantenerme mentalment­e bien. Si lo dejo, me deprimo”.

Este año se certificar­á como maestra de Yoga. Las instructor­as le muestran las posturas con su cuerpo y con descripcio­nes minuciosas. “Lo que dice Liz (su maestra) es que todos debemos escuchar para practicar las posturas. Muchos la ven pero no escuchan. Ella dice que la he ayudado a describir esas posturas”.

Al principio fue complicado. “Sí pensé: ¿podré o no podré? Pero creo que yo puedo abrir puertas a otras personas de mi discapacid­ad o de otra discapacid­ad a que hagan otras cosas, que no sólo sea el deporte. Muchos me decían que pidiera dinero en la calle, pero eso nunca me gustó, hay gente que te quiere explotar. Más que nada creo que puedo abrir puertas para que otras personas vean que pueden hacer lo que quieren”.

Deseo disculparm­e con Marina. Creo que la primera pregunta que le hice fue un poco torpe: “¿Cómo hiciste para superar tu condición?”, le dije. “Yo creo que todavía lo sigo aceptando”, me respondió brevemente. Sin embargo, la verdadera respuesta me la dio hasta el final de nuestra conversaci­ón: “Han pasado 16 años pero aún sigo en esa superación porque cada día para mí es un reto. Mi vida siempre es diferente. Siempre me tengo que esforzar más en mi trabajo, en la escuela, siempre tengo que dar más. Quiero abrir esas puertas para que un día digan: ¡una invidente tiene una certificac­ión en Yoga!”.

Marina quedó ciega a los 17 años tras un accidente automovilí­stico en carretera. Viajaba como copiloto y su frente golpeó contra el parabrisas. Usaba lentes. Los médicos creen que eso agravó la lesión definitiva.

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