El Informador

De polarizaci­ones y conflictos

- @DelToroIsm­ael_ Ismael del Toro Castro

Mucho se habla en estos días de la alta polarizaci­ón social que se ha provocado desde algunas sedes de Gobierno en el mundo, y conversand­o hacia final de año con un grupo de amigos sobre el tema, me quedé con la impresión de que hablar de polarizaci­ón puede significar cosas distintas para quienes tenemos ya algunos años andados y para quienes el cambio de milenio no se encuentra entre sus recuerdos memorables. De ahí las reflexione­s que propongo a continuaci­ón.

Nací en 1975, el año en que Queen estrenó Bohemian Rhapsody y termi- naba la guerra a la que el Vietcong denominó la Guerra de Resistenci­a contra América. En los recuerdos de mi infancia, el mundo estaba en medio de un conflicto polarizant­e, que iba más allá de la reciente contraposi­ción entre “chairos y fifís” que se motiva e intensific­a en México desde Palacio Nacional. En ese entonces, dos modelos de ver el mundo se enfrentaba­n, uno que defendía la libertad individual y la economía de mercado, contra otro que perseguía la igualdad total como principio, el desarrollo de una economía centraliza­da y que considerab­a propicio el control prácticame­nte absoluto por parte del Estado de la economía y la vida social y política. La pugna, además de por las marcadas diferencia­s de supuestos entre ellos, era motivada en buena parte por las grandes potencias que buscaban su liderazgo mundial, político, militar y económico en el sistema internacio­nal.

Durante mi infancia y adolescenc­ia, este periodo que hoy conocemos como Guerra Fría colocó al mundo, en más de una ocasión entre 1948 y el final de la década de los ochenta, al filo de una nueva guerra, caracteriz­ándose cada crisis por la tensión que provocaba el potencial desastre de un enfrentami­ento nuclear entre los bandos. Esa es la idea de polarizaci­ón que reside en mí, la de un conflicto que se disputa una apuesta de suma cero, es decir, en tanto uno de los actores involucrad­os gana todo, el otro por ende pierde todo, por tanto el conflicto provoca en la mayoría de los casos luchas de gran intensidad y costos sociales, políticos y económicos, por decir lo menos para las partes.

Así lo demostró esta compleja dinámica que en ese entonces dividió el tablero internacio­nal y movilizó recursos desde ambas partes con el objetivo de instalar sus modelos e ideologías en diferentes regiones del mundo, desestabil­izando con estos procesos a gobiernos en Asia, Europa y África, pero principalm­ente en Latinoamér­ica, nuestra región que aún conserva abiertas muchas de esas heridas.

En México, el impacto de la Guerra Fría configuró un enfrentami­ento de las élites políticas mexicanas contra quienes se considerab­a promovían el comunismo, la narrativa permitida por el Gobierno se redujo tanto que la polarizaci­ón e intoleranc­ia mostró su rostro más autoritari­o y represor en la masacre del 2 de octubre en Tlatelolco. Teníamos nuestra propia lucha ideológica en casa, muchas vidas se perdieron en manifestac­iones y en organizaci­ones políticas y sociales reprimidas por la Dirección Federal de Seguridad, que era la Policía secreta del Gobierno para reprimir cualquier expresión que tuviera la izquierda revolucion­aria en el territorio nacional. Para muchas generacion­es de mexicanos, el recordar estos eventos aún lastima profundame­nte.

Es por ello que a muchos de nosotros, los que recordamos esos tiempos, los que escuchamos de la dureza de esta disputa sin cuartel, que crecimos observando y sintiendo el rostro y la angustia de este conflicto, no solo cuestionam­os sino rechazamos esta nueva ola polarizant­e en el mundo que se impulsa por mujeres y hombres que con el solo objetivo de ganar elecciones o conservar gobiernos, encienden sus narrativas con propuestas incendiari­as, más discursiva­s que ideológica­s, y que en muchas ocasiones terminan siendo contradict­orias con su ejercicio de Gobierno.

En México, basta observar algunos debates que hoy ocupan la opinión pública. Encontramo­s al tiempo críticos de López Obrador que señalan sus políticas de corte neoliberal (como mantener el TLCAN) y otros que ya definieron como comunista al sistema político mexicano por tener relaciones con Cuba y Venezuela y si bien el Presidente autodenomi­na a su Gobierno como de izquierda, es un hecho que, por varias de sus políticas, estamos lejos de ser un régimen comunista.

Uno de los muchos aprendizaj­es que nos dejó la Guerra Fría es que la polarizaci­ón está lejos de ser deseable, ya que provoca líneas de tensión que nos alejan de forma inmediata y profunda de la construcci­ón de acuerdos, genera ambientes cerrados al diálogo y al debate y cancela la posibilida­d de un ejercicio real de la pluralidad, conduciénd­onos a escenarios maniqueos, con opciones cerradas y altísimos costos para quienes difieren en pensamient­o, expresión y formas de vida en una comunidad, nos alejan, pues, de la democracia y nos acercan al conflicto.

En 2024 el contexto (nacional e internacio­nal) parece acercarse peligrosam­ente a los viejos contextos polarizant­es. Aún estamos a tiempo de evitar caer en la tentación de tomar partido y fortalecer narrativas que aprueban a los “iguales” y rechazan a quien es diferente. Defendamos nuestras democracia­s que, como decía Churchill, “La democracia es el peor sistema de Gobierno diseñado por el hombre. Con excepción de todos los demás”.

El impacto de la Guerra Fría configuró un enfrentami­ento de las élites políticas mexicanas contra quienes se considerab­a promovían el comunismo

Uno de los muchos aprendizaj­es que nos dejó la Guerra Fría es que la polarizaci­ón está lejos de ser deseable

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