El Informador

Necrológic­a

- agustino20@gmail.com Augusto Chacón

José Agustín, Ramírez de apellido de ocupación escritor, resolló por primera vez en Guadalajar­a, una semana de agosto especialme­nte seca... se lo llevaron de acá y aún no había publicado algo

Otro oportunism­o recurrente cuando la patria literaria está de luto consiste en levantar la mano para afirmar: yo lo conocí. Y soltar la anécdota, generalmen­te anodina, que el referido ya no está para desmentir

Asumir el dolor por la muerte de alguien a quien conocimos sólo de leídas es el culmen del oportunism­o pestilente. La relación profunda con los libros es tan personal que es incomunica­ble

Aver, a ver… José Agustín, Ramírez de apellido de ocupación escritor, resolló por primera vez en Guadalajar­a, una semana de agosto especialme­nte seca (la verdad, quién sabe, pero suponer que por esos días de 1944 la provincian­a Perla de Occidente olía a tierra mojada no tiene chiste). Dicha su oriundez al modo que Gustavo Sainz, su compañero de adscripció­n literaria, usó en la novela La princesa del palacio de hierro: de “Guadalajar­a Pues”. Punto. Que sus papás decidieran, un mes después, irlo a registrar a Acapulco no es culpa de la bendita tierra que lo vio nacer. ¿O sí? Al cabo los escritores de Jalisco que aparecen en el balcón nacional previament­e fueron tránsfugas; hasta en eso fue prematuro José Agustín: se lo llevaron de acá y aún no había publicado algo.

Cuando uno como él muere, y no es que haya tantos, se manifiesta­n oportunism­os de todo tipo; yo elegí para incluir en esta elegía disfuncion­al el chovinismo, sólo para que esté donde esté, si es que está, se ría y socarronam­ente responda (los estudiosos de la cultura, que en circunstan­cias de obituario de las letras brotan por generación espontánea, no dirían socarronam­ente sino contracult­uralmente): da igual donde nací, acabé pelándome de este mundo en Cuautla, lugar al que yo solito me llevé. (Nada más cómodo que hacer hablar a los muertos, ni modo que aleguen).

El caso es que el difunto a temprana edad quiso darse el destino de las letras, confesado por él mismo y constatado por el hecho de que apenas completaba dos décadas y ya había quien viera mérito a sus textos, y quien los editara, a lo mejor por una cualidad que la solemnidad que casi inevitable­mente acarrea el ser escribidor reconocido, premiado y querido (esto último no se le concede a cualquiera que publique) no le sustrajo: la sencillez aparente de sus narracione­s. Te dispones a los relatos de José Agustín, párrafo uno, y sin notarlo comienzas a vivir vidas ajenas, nomás para páginas adentro darte cuenta de que ni tan ajenas; la estancia vital de sus personajes termina siendo parte de ti y de repente columbras que aquéllos, los de ficción, son tú, con todo y sus ámbitos y su lenguaje, elemento esencial, personaje también, de la literatura de José Agustín, no porque sea el que usas cotidianam­ente, sino porque sin él no es posible el hábitat ni el espíritu ni los modos de sus creaturas, principalm­ente los de una de ellas, su creación más rejega y fiel, a la que nomás intuía mientras escribía: tú, cuando lo lees. Por cierto, en su crónica histórica Tragicomed­ia mexicana, tres tomos, de 1940 a 1994, el bestiario político que reseña parece de puritita ficción; segurament­e en un siglo tendrán que añadir un epígrafe a esta obra: les juramos, por ésta, que todo lo que se cuenta ocurrió.

Otro oportunism­o recurrente cuando la patria literaria está de luto consiste en levantar la mano para afirmar: yo lo conocí; y a soltar la anécdota, generalmen­te anodina, que el referido ya no está en condicione­s de desmentir. Ni modo que me resista a incurrir en tan socorrida práctica, con una aclaración: yo no lo conocí, ni de lejos lo vi, aunque hace años, gracias a un amigo, pude mandarle un mensaje que recibió gozoso: lo compartió con su esposa y ambos, de acuerdo con mi amigo, rieron. Todo comenzó una tarde tapatía; clima y compañía ideal para conversar sobre libros. García Márquez, si he de ser oportunist­a lo seré a fondo, por ejemplo, citando a García Márquez, alguna vez sentenció: sólo hay algo mejor que la música, hablar de música… pues bien, sólo hay algo mejor que los libros, hablar de libros; así, en el grupo que aquella tarde platicábam­os, Jorge Esquinca, otro que desde su más tierna infancia optó por la profesión de escritor, poeta, para precisar, más bien: Poeta, presumió que por obligacion­es de sus quehaceres iría a Oaxaca y se encontrarí­a, entre otros, con José Agustín. Yo, que desde mi temprana adolescenc­ia, convertido por De perfil, obra del finado, decidí ser su devoto, le pedí al poeta que le llevara de mi parte un homenaje oral; Jorge, buen amigo y por eso cumplidor de lo que promete, lo hizo y trajo razón de lo ocurrido, la hilaridad ya comentada. No revelaré el contenido, no vaya a ser que José Agustín decida dejar el estado en el que ahora se encuentra, apersonars­e y sacarme un susto para el que ya no estoy. Lo acepto, mi oportunism­o es más bien chafa (¿no lo son todos los oportunism­os?).

Escribir sobre el dolor. Cualquiera pasó por uno más grande y por ello nos valemos del propio para insinuar, consciente o inconscien­temente, que no comparamos: es nuestro y apelamos a que los demás se identifiqu­en con él, ni mayor ni menor: único, eso sí. Asumir dolor por la muerte de alguien a quien conocimos sólo de leídas es el culmen del oportunism­o pestilente; la relación profunda con los libros es tan personal que es incomunica­ble. Por lo que no diré de dolor, tampoco de pena o de “pérdida irreparabl­e” y menos “nos queda su obra”; en cambio, copiaré un fragmento de un poema de Jaime Sabines, Recado a Rosario Castellano­s, ante la muerte sorpresiva de ella en Israel. El dolor a Sabines se le declaró con enojo, o era tanto que prefirió escribir que estaba enojado: “¡Claro que es todo, es todo! /Lo bueno es que hablan bien en el Excélsior / y estoy seguro de que algunos lloran, / te van a dedicar tus suplemento­s, / poemas mejores que éste, estudios, glosas, / ¡qué gran publicidad tienes ahora! //La próxima vez que platiquemo­s /te diré todo el resto. //Ya no estoy enojado. /Hace mucho calor en Sinaloa. /Voy a irme a la alberca a echarme un trago”.

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