Ser testigos de la muerte y resurrección
Ante el fenómeno que todos constatamos de la pérdida de una vida cristiana sólida –es decir, fundamentada en el evangelio–, es necesario recuperar nuestra vocación de ser testigos de la muerte y resurrección de Cristo.
Un testigo es alguien que se identifica con una causa justa que la muchedumbre y los grandes detestan, y que por esa causa justa arriesga su vida. Quien da testimonio de una verdad no lo hace en nombre de una evidencia irrefutable de un hecho empírico. Sin embargo, habla en nombre de una certeza interior que tiene para él fuerza de una evidencia. No es inútil recordar que la palabra testigo es lo equivalente a mártir. Por lo tanto, nuestra invitación como cristianos es a ser testigos del acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo.
Este acontecimiento se hubiera perdido en la historia y no hubiera tenido ninguna importancia si careciera de testigos. San Pablo nos dice que si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe y seríamos los hombres más desgraciados. La condición para ser apóstoles era que fueran testigos de la resurrección. Por eso en nuestra vida el recuerdo es más que la evocación psicológica del acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo, y es más bien una actualización que la misma realidad recordada modifica decisivamente la situación presente y determina el futuro. El testigo debe re-presentar el acontecimiento, y para eso no queda otro medio que el lenguaje, la narración, la confesión, la vida, inclusive el propio cuerpo.
Dice san Pablo que debemos de llevar una vida crucificada, llevar en el cuerpo el morir de Jesús para experimentar una vida resucitada. La consecuencia de ser testigos de la muerte y resurrección es ser embajadores de Cristo; esto implica estar en misión, trabajar, colaborar, orar, celebrar los sacramentos con la finalidad de que nuestra historia tenga esperanza, pero en esta vida; que experimentemos una fuerza del resucitado para optar siempre por la vida, por el amor, por colaborar siempre por la solidaridad, el compromiso por el respeto al otro y a los otros. A final de cuentas, se trata de ser precisamente testigos de que, a pesar de todo, Dios hará que la vida sea la que triunfe. José Martín del Campo, SJ ITESO