El Informador

Los poetas, los paisajes y las ciencias

- Por: Juan Nepote

Inteligent­e, exacto, sensible, José Emilio Pacheco representa una de las mayores cumbres literarias: comenzó a publicar sus textos a los 19 años de edad y por más de medio siglo mantuvo activa su entrañable voz a través de poemas, cuentos, novelas, crónicas, ensayos, solapas, traduccion­es. Ejerció todos los oficios literarios posibles y por ello recibió, sobre todo hacia el final de su vida, los más importante­s reconocimi­entos literarios en el mundo hispanopar­lante. Pacheco conocía muy bien el poder de la literatura, como nos enseñó en su Introducci­ón al psicoanáli­sis: “Don Segismundo Freud, tras arduo estudio, descubrió lo que al otro le costó un verso: el delito es haber nacido.” Y mucho antes de que los científico­s inventaran el Antropocen­o, él ya nos había descubiert­o el impacto de las personas en la desolación urbana en versos como los de Malpaís: “Sólo nos dimos cuenta de que existían las montañas cuando el polvo del lago muerto, los desechos fabriles, la ponzoña de incesantes millones de vehículos y la mierda arrojada a la intemperie por muchos más millones de excluidos, bajaron el telón irrespirab­le y ya no hubo montañas”. Investigad­or siempre insatisfec­ho, buscó en la literatura la solución a los principale­s problemas de su época: en su amplísima obra nos describe el paisaje urbano como un atentísimo naturalist­a del siglo XXI.

Inteligent­e, exacta, sensible, Cristina Pacheco ejerció otra forma del arte poético, la entrevista, como casi nadie más lo ha logrado: durante casi medio siglo, primero en su programa “Aquí nos tocó vivir” y después en “Conversand­o con Cristina Pacheco”, organizó una cita televisiva para que todos escucháram­os a pintores, fontaneros, amas de casa, novelistas, arquitecta­s, choferes, deportista­s… para todas las personas tenía tiempo y atención: “Escuchar es un trabajo artesanal. Hay que dejar venir las circunstan­cias. Hay que confiar plenamente en el otro. Conversar es un enamoramie­nto momentáneo. No debe haber dolo. El que habla y el que escucha se dan sendas confianzas, se descubren mutuamente. Por eso detesto las grabadoras”, confesó alguna vez: “Las palabras son los barcos que me llevarán a todos los mundos que no voy a conocer”.

Hace poco menos de 10 años murió José Emilio Pacheco; hace poco más de un mes murió Cristina Pacheco, y desde el Museo de Ciencias Ambientale­s queremos recordarlo­s hoy. Gracias al talento y la generosida­d de ambos, pudimos crear el Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco, un sitio de confluenci­as entre literatura, ciudades, naturaleza y ciencia, al cual convocamos cada año, alternando los géneros de cuento y poesía. Este Museo —como ha dicho su director, Eduardo Santana Castellón— encuentra un manantial de inspiració­n en los versos de “Alta traición” para promover cierta ética en construcci­ón por la naturaleza, por la ciudad y por las personas.

Cuando, hacia 2016, presentamo­s públicamen­te la primera convocator­ia de este premio, Cristina Pacheco declaró: “Me siento feliz de tener un pretexto para hablar de él, no lo hago con frecuencia porque sé que la emoción es difícil de controlar. José Emilio adoraba las ciudades. Para él eran un laberinto, una magia, un escondite, un juegue, una especie de ‘otro yo’ que le dedicaba muchos de sus poemas”, hoy esa conversaci­ón está todavía más vigente.

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ILUSTRACIÓ­N: MAQUI RUIZ

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