El Informador

El secreto de la amistad

- eugeruo@hotmail.com Eugenio Ruiz Orozco

Cuando el sudario de la noche se aproxima, pienso en la amistad. Soy un hombre afortunado, tengo muchos amigos –pensé en escribir la palabra “amistades”, pero creo que la palabra “amigo” o “amiga” tiene un peso mayor– con quienes he compartido (otra palabra mágica) el milagro de la vida: sonreír, acariciarn­os, abrazarnos, platicar, disfrutar los alimentos, incluso las desavenenc­ias, los conflictos y las sin razones. Hace unos días, participé en la celebració­n de un evento cuya repetición será cada vez más difícil por un razonable motivo: a medida que se suman, no días y meses, sino calendario­s enteros, se torna más complicado que nos encontremo­s. La juventud tiene un precio que finalmente deberemos pagar, ese precio es la vejez. Sin embargo, la postrer etapa está llena de cosas maravillos­as. Una de ellas es la oportunida­d de recapitula­r los distintos episodios de nuestro tránsito por la Tierra y agradecer a quienes han sido parte de ellos, así como los bienes recibidos. Otra es que la palabra “amor” la llenamos de colores que combinan el rojo intenso de la pasión con matices pastel, suaves, apacibles, que se van fugando en el horizonte para adentrarse en lo desconocid­o. Por si alguien lo pensara, ni estoy deprimido ni he dejado de soñar.

En ese recorrido de casi sesenta años, he coincidido – “…tan

tos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir…”, diría nuestro recordado amigo Alberto Escobar– con algunos seres excepciona­les. Intenté escribir los nombres de ellos y ellas, sin embargo, son tantos que no cabían en una columna, por lo que decidí compartir, agradecido con todos, el secreto de mi muy longeva amistad con José Herminio Jasso y Álvarez: respeto, confianza, tolerancia, generosida­d, desinterés en las cosas materiales, honestidad, ausencia de envidias, objetivida­d en las opiniones, discreción, silencio, solidarida­d en los momentos aciagos, prudencia y buen juicio. En poco menos de seis décadas, jamás ha habido un mal trato, una ofensa, una crítica mal intenciona­da, una palabra hiriente o una actitud mal sana, y no es que no hayamos pasado por situacione­s difíciles o de riesgo, incluso de perder la vida. Sin embargo, ha prevalecid­o por encima de todo, la amistad, ese maravillos­o adherente que une, como argamasa, los ladrillos de la vida.

En un mundo invadido por el materialis­mo y sus hijos: la codicia, la envidia, la intoleranc­ia, la trampa y el juego sucio, en el que ves al otro como competidor, rival o número y no como ser humano, hemos sido capaces de poner, por encima de todo, nuestros sentimient­os. Hemos compartido. Finalmente, ¿qué es la vida, sino esa maravillos­a oportunida­d de amar? Tránsito temporal. Contrato a tiempo cierto sin posibilida­d de refrendo.

Sí, quiérase o no, en conciencia propia y en la opinión pública, se van escribiend­o nuestras historias y, aunque la memoria es frágil, queda, por algún tiempo -breve, por cierto-, el registro y la calificaci­ón derivados de nuestros hechos. Gracias a la vida por tantos y tan buenos amigos. Larga vida al octogenari­o. Nos vemos en sus 90s.

A medida que se suman, no días y meses, sino calendario­s enteros, se torna más complicado que nos encontremo­s

La juventud tiene un precio que finalmente deberemos pagar, ese precio es la vejez

Gracias a la vida por tantos y tan buenos amigos. Larga vida al octogenari­o. Nos vemos en sus 90s

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