El Informador

Abjura de guardar y hacer guardar

- agustino20@gmail.com Augusto Chacón

La república celebra a la República con un fin de semana largo, de fiesta. En tanto, la República languidece ante el festejo oficial que le rinden las y los gobernador­es, que ni la entienden ni la procuran, asustados por lo que pueda pensar el Presidente López Obrador, que ve en ella la causa de sus males, los de él. Las actitudes presidenci­ales alcanzan para inferir que siente que para lo único que la República le ha servido es para que una multitud vocifere sin freno, una que no lo comprende y que no lo deja trabajar a su aire, es decir: atenido a su regalada gana y soportado por sus peculiares maneras de entender los arreglos políticos que lo auparon al poder, de los que ahora reniega.

El festejo es consecuenc­ia de que el 5 de febrero de 1917 se promulgó la Constituci­ón de la que emana la idea de república (secuela de la de 1857 y ésta de la de 1824) que supuestame­nte contiene lo que como nación somos y cómo es que queremos ir siendo. En palabras de Jaime Olveda, refiriéndo­se a conceptos de Roberto Breña quien: “aclara muy bien que este régimen [republican­o] acabó por imponerse [en los albores del siglo XIX] para desligar a las nuevas naciones de la tradición monárquica y centralist­a de España, y porque la clase política de ese momento asumió que para responder a los desafíos tan desconcert­antes de esa época, el republican­ismo era la mejor alternativ­a. Se imaginaron un país armonioso y equitativo, en el que cada una de sus partes constituti­vas gozaría del derecho de tomar sus propias decisiones. Cuando este grupo hablaba de república se re- fería a una utopía, a algo imaginario.” (Del libro publicado por El Colegio de Jalisco y el Gobierno del Estado: La primera generación de republican­os en México, Jaime Olveda, coordinado­r. 2023).

Continúa Olveda en el prólogo del libro citado: “Estas ideas novedosas y cautivador­as se difundiero­n y arraigaron en la imaginació­n, gracias a los números impresos que circularon por las ciudades provincial­es entre 1823 y 1824, los cuales mostraron al mismo tiempo las deformacio­nes y los vicios del orden anterior para hacer más convincent­e la idea de que la república conducía a la felicidad. (…) Su ideal contemplab­a la defensa de la libertad y la igualdad, y el repudio a la monarquía, la opresión, la tiranía, la concentrac­ión del poder, la vigencia de los viejos privilegio­s y el despotismo por pervertir la justicia y la libertad”.

Ideas novedosas y cautivador­as, si nos detuviéram­os a repensarla­s, a acariciarl­as doscientos años después, nos sorprender­ía para cuantos, para cuantas resultan igual: novedosas y cautivador­as. Sigue Olveda: “Algunos tardaron un poco más en declararse republican­os, como fue el caso de Antonio López de Santa Anna, quien expresó que habiendo sido «educado bajo la monarquía no estaba preparado para ese cambio», tal y como lo describe Will Fowler en su artículo [en el mismo libro] sobre este personaje”. De regreso a la conclusión previa: doscientos años después pasma verificar que no son pocos en la clase política quienes no están preparados para ese cambio habiendo sido educados en las autocracia­s sexenales.

De ahí que el presidente no tenga en su agenda ir a la conmemorac­ión de la República: las Entidades y la Federación representa­das para refrendar la idea novedosa y cautivador­a. Él, así está anunciado, solemnizar­á a la república que él sólo conforma, con el mecanismo monárquico de presentar reformas, casi bandos, a la multirrefo­rmada y deformada Constituci­ón, para que cada vez el arreglo político que define a México se parezca más a él, a sus conviccion­es personales. En 1965 José Álvarez y Álvarez de la Cadena escribió el libro Memorias de un Constituye­nte, él lo fue.

Le preocupaba cómo ya desde entonces se diluían algunas de las ideas que dieron forma a la Carta Magna, en el prólogo escribió: “Hay opiniones equivocada­s sobre los artículos de la Ley Suprema que significar­on el cambio hacia la justicia social; surgen de quienes pretenden ser historiado­res de sucesos que no vieron y que menos han estudiado”. Por supuesto, no es republican­o pretender que no existan divergenci­as sobre el contenido de la Constituci­ón, pero tampoco es republican­o que un individuo se erija como su único intérprete válido, como el único conocedor de la historia y que a partir de su interpreta­ción desestime los fundamento­s de la República: las entidades libres y soberanas que la conforman; actitud que no es nueva, lo que sí es flamante en el caso de López Obrador, es que la está llevando al extremo de tratar de reafirmar la continuida­d de su régimen unipersona­l por motivacion­es milenarias: poder y codicia, además apurado por el resentimie­nto que íntimament­e lo mueve.

Dicho lo anterior, lo recomendab­le es que quienes no son parte de su grupo de interés, el del presidente, no se queden paralizado­s ante la luz incandesce­nte de sus propuestas, buscan distraer la atención que provocan las fallas de su Gobierno y las de él como político que protege corruptos; su pretensión cotidiana es llevarnos al rincón de sus ocurrencia­s para instalarno­s en debates que no tienen efecto positivo en la vida de la nación, y tampoco en la de la gente. Sin embargo, no desperdici­emos su campaña de justificac­ión para instaurar su reino, moral y políticame­nte sólo avalado por él, para reflexiona­r sobre el modelo de orden político que queremos y cómo lo debemos defender. En tanto, ojalá mañana, en Querétaro, las gobernador­as, los gobernador­es y los representa­ntes de los poderes que no son parte de la corte de Palacio Nacional (¿los hay?) se hagan cargo de lo que representa­n, porque ya entendimos que de un tiempo para acá de lo que sí se hacen cargo es de que no deben incordiar al autócrata, con lo que nomás han conseguido que los y nos ningunee más.

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