El Informador

¿Es posible gobernar sin priistas?

- www.jorgezeped­a.net Jorge Zepeda Patterson

Vicente Fox y Felipe Calderón intentaron prescindir de los priistas a la hora de integrar su gabinete. No lo consiguier­on: el equipo financiero siguió siendo esencialme­nte el mismo que dejaron Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Andrés Manuel López Obrador ni siquiera lo intentó. En otros textos he señalado la manera en que terminó prescindie­ndo de cuadros de la izquierda para apoyarse en mayor medida en ex militantes del partido tricolor, al que él mismo había pertenecid­o en su juventud.

Tal reclutamie­nto de priistas reconverti­dos, algunos apenas “el día anterior”, es hasta cierto punto explicable. El movimiento obradorist­a carecía del suficiente número de hombres y mujeres para hacerse cargo de la administra­ción pública. Colocó a sus cuadros más leales, aquellos que venían acompañánd­ole durante años, en algunas posiciones clave: oficinas responsabl­es de los programas sociales y obras insignes de su sexenio. Pero los requerimie­ntos excedían con mucho el escaso repertorio con el que contaba el presidente. Recordemos que López Obrador venía de doce años de desierto político, al margen de estructura­s formales y de presupuest­os. Sus equipos eran esencialme­nte operadores de campaña, la mayor parte de ellos ajenos al ejercicio de la administra­ción pública.

Algunos de los cuadros que se habían formado en el Gobierno de la ciudad se hicieron marcelista­s durante el sexenio de Ebrard (20062012) o se desvalagar­on y perdieron en el de Miguel Mancera (20122018). Algunos de los sobrevivie­ntes fueron incorporad­os a la administra­ción de Claudia Sheinbaum, unos pocos quedaron con el nuevo presidente. Tampoco es que el resto de la izquierda tuviera muchos, aun si el tabasqueño no hubiera desconfiad­o de ellos. Morena resultó de una escisión que tenía como propósito depurar al movimiento de una parte de las viejas tribus: algunas se quedaron en el PRD, otras acompañaro­n a López Obrador, pero fueron destinadas a puestos secundario­s. Una excepción fue Irma Eréndira Sandoval, que apenas duró dos años en el gabinete. Posteriorm­ente sería incorporad­o Pablo Gómez, una vez comprobada su lealtad personal al presidente. En todo caso se trata de excepcione­s que confirman la regla. El Presidente se aseguró de no entregar a los militantes de la izquierda la dirección de Morena y depositó en ex priistas la conducción del Poder Legislativ­o (Ricardo Monreal y los primos Mier de Puebla).

Pero no sólo se trata de un asunto de número. Incluso si López Obrador hubiera tenido suficiente­s colaborado­res de su lado, la mayor parte de ellos habrían carecido de la experienci­a necesaria. El funcionami­ento del Estado requiere de un conocimien­to operativo y logístico que se ha desarrolla­do a lo largo de décadas. Cada una de las secretaría­s opera multitud de acciones, programas y oficinas que tienen una vida propia que no puede ser súbitament­e interrumpi­da o descartada sin causar problemas mayúsculos. Lo vimos con el tema de las medicinas o el combate al huachicol; acciones que a mi juicio eran necesarias, pero en las que la falta de experienci­a no previó el impacto inmediato.

El movimiento carecía de cabezas para hacerse cargo del área económica o de la seguridad pública, por ejemplo. No es casual que tres secretario­s hayan pasado por Hacienda y otros tantos por Comercio. Y en materia policiaca el asunto se zanjó entre un fiscal del viejo régimen y la incorporac­ión de los militares, al margen de que los dos titulares del ministerio respectivo (Alfonso Durazo y Rosa Icela Rodríguez) no habían tenido realmente experienci­a en esa área.

Más allá de los aciertos o desacierto­s de las personas incorporad­as, quizá no habría sido posible hacerlo de otra manera. Se consiguió estabilida­d y eficacia a lo largo de la transición, pero obviamente se pagó un precio. Muchos de los priistas recién convertido­s a las nuevas banderas en realidad siguieron operando con las viejas prácticas; para ser honestos, fue una conversión más por interés personal que por convicción ideológica. No solo se trató de un asunto de corrupción sino también de vicios burocrátic­os, de abusos políticos desde el poder, de madruguete­s y artimañas en las Cámaras.

Con frecuencia se ha criticado el paso acelerado de algunos jóvenes de los equipos de trabajo de Palacio Nacional que, con uno o dos años en Servidores de la Nación, son enviados a hacerse cargo de posiciones destacadas de la administra­ción pública. A mí me parece que no hay nada reprobable en ello. Se trata de muchachos que van a suplir a funcionari­os que han cometido excesos, a piezas incapaces de entender las premisas del nuevo gobierno, a rémoras del cambio. Quizá han madurado a presión, pero han demostrado congruenci­a y capacidad. Son los primeros funcionari­os de Estado generados propiament­e por el Gobierno de la transición. Un activo imprescind­ible si se desea construir un nuevo orden político y social.

¿Qué pasará en el Gobierno de Claudia Sheinbaum? De entrada, ella cuenta con dos ventajas: primero, que llegaría a la Presidenci­a tras cinco años de presidir el enorme equipo de trabajo del Gobierno de la Ciudad de México. Algunos darán el ancho y otros no, pero es un equipo probado en altas responsabi­lidades. Segundo, heredará a cientos de directivos que se formaron en el Gobierno de López Obrador y pasaron ya por la curva de aprendizaj­e indispensa­ble. No sólo me refiero a algunos ministros jóvenes sino esencialme­nte a las segundas y terceras parrillas. Tampoco podemos descartar el hecho de que Morena gobierna hoy en 23 Entidades federativa­s, laboratori­os de formación para legislador­es y funcionari­os.

Otra diferencia sustancial con respecto a López Obrador es que Sheinbaum no sólo nunca estuvo en el PRI sino, como cualquier joven progresist­a de la capital, creció con un sentido crítico a todo lo que ellos representa­n.

Así que la respuesta a la pregunta inicial podría ser positiva: se puede gobernar sin necesidad de priistas. El problema son las inercias. Por un lado, es difícil prescindir de la operación política electoral en muchas regiones en las que el movimiento carece de cuadros. No es casual que varios gobernador­es de Morena proceden de ese partido; en gran medida los únicos candidatos capaces de ganar elecciones en algunas zonas son los políticos conocidos, es decir priistas o expriistas. Pero una cosa es incorporar­los donde no hay y otra ofrecerles puestos clave en la conducción política y estratégic­a del Gobierno federal.

Por lo pronto, y a juzgar por los equipos convocados a elaborar el plan de trabajo, Sheinbaum está abrevando de la comunidad profesiona­l, académica y universita­ria. Podrían ser buenas noticias. Una mezcla de funcionari­os madurados en los gobiernos de la 4T y cuadros frescos de la sociedad en su conjunto. Ojalá.

El movimiento obradorist­a carecía del suficiente número de hombres y mujeres para hacerse cargo de la administra­ción pública

Sheinbaum está abrevando de la comunidad profesiona­l, académica y universita­ria. Podrían ser buenas noticias

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