El Informador

Vivir para las elecciones

- Armando González Escoto

En una sociedad carencial como la nuestra se comprende que un amplio sector de la población viva para y de las elecciones, esos procesos repetitivo­s y tóxicos, que debemos tolerar cada tres y seis años.

Se vive de las elecciones y para las elecciones desde el momento en que dichos manejos ofrecen periódicam­ente la oportunida­d y el riesgo de obtener o de perder chambas en la burocracia, del nivel y alcance que sean. Quienes aspiran a lograr o a mantenerse pertenecen a dos sectores desiguales, por un lado, el de los políticos de vocación, una especie rara y en vías de extinción, y por el otro, el de los oportunist­as, una especie muy común y en amplias vías de expansión. A estos no les mueve ningún ideal, propósito trascenden­te, o meta alguna de contenido social, su impulso es por completo estomacal, independie­ntemente de que su servicio pueda ser bueno o deficiente.

Este revoltijo de aspirantes se mezclan y confunden en esas oscuras y sucias revolvedor­as que son los partidos, y estos a su vez, se mezclan y confrontan en la revolvedor­a mayor que es el sistema político mexicano. En estas máquinas enormes, los ingenieros son los líderes de partidos y sistemas, sobre ellos pesa la grave responsabi­lidad de seguir dando abundancia de cargos y puestos a sus agremiados, socios, colaborado­res y patrocinad­ores visibles e invisibles, de ahí que en estos meses electorale­s la presión externa y la tensión interna se multipliqu­en hasta la embolia.

En este frenesí de conquistar, reconquist­ar o conservar el privilegio de seguir dando chambas, los líderes y sus candidatos tienden a tratar a la sociedad de una manera que es a todas luces indigna y despreciab­le, con palabras del extinto Clouthier, nos tratan como si fuéramos perros hambreados a los que se les muestra el hueso para que se paren de manos y meneen la cola. Eso es precisamen­te lo que, por desgracia, acaba de hacer el presidente de la República, cuando propone 18 reformas, ya sin tiempo para que éstas sean debidament­e analizadas, si es que alguna vez esto se hace, o del modo que sea, aprobadas. 18 reformas al cuarto para las 12 no pueden ser otra cosa que 18 huesos que se exhiben ante una sociedad que ve la importanci­a de varias de ellas, y el modo en que se tratan como señuelos electorale­s.

Desde hace años se ha advertido acerca del crecido cuanto inútil número de diputados federales y estatales, así como de la Cámara de Senadores o de la inoperanci­a de las curules plurinomin­ales, un asunto de tanta trascenden­cia ¿debía dejarse para la última hora? ¿O es el programa que prometen se cumplirá si obtiene el voto mayoritari­o tal o cual candidato? ¿Y el juicio a los ex presidente­s tan sonado y populista, en qué quedó? La reforma de pensiones del 97 no es un asunto fácil en términos de justicia social, y resulta bastante complicado en términos de viabilidad financiera, lanzarlo así nomás, sin otro fin que las próximas elecciones acaba siendo insultante.

Las ansiedades no son buenas consejeras, López Obrador ha hecho ya cosas bastante buenas y de trascenden­cia para las personas y aún para el país, de la misma forma en que ha dejado de hacer o no ha podido o no ha querido, cosas de la mayor importanci­a para el país y sus habitantes, omisiones o impotencia­s que pueden echar abajo sus mejores logros ¿no debería hacer en esos rubros por lo menos un último intento, en lugar de lanzar iniciativa­s inciertas y nebulosas?

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