El Informador

“Si tú quieres, puedes limpiarme”

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Es la voz suplicante que el Señor Jesús encontró de labios de un leproso. Esa fue su súplica y esa debe ser nuestra súplica también. En estas palabras del Evangelio dominical encontramo­s la escuela de la oración sencilla y humilde, que todo creyente debería dirigir con confianza al Creador, coherente con aquello que decimos todos los días en el Padrenuest­ro: “hágase tu voluntad”.

En el ministerio que he podido desarrolla­r en más de 10 años, en diferentes latitudes he podido encontrar a mucha gente que mantiene distancia de Dios y de las cosas de religión, con una postura de cierta indignació­n, y por qué no, de frustració­n, porque le pidieron algo y no se los concedió. No menos un pariente cercano dice que Dios no existe, porque hace muchos años le pidió que alguien cambiara y eso nunca pasó. Bien lo aprendimos desde pequeños, que “Dios no cumple antojos ni endereza jorobados”, aún así esa es una experienci­a que muchos comparten hoy en día, la de sentirse frustrados porque lo que pidieron nunca llegó, como si la religión funcionara con “magia”.

Por eso podemos contemplar en las palabras del leproso una lección de confianza, porque además de pedir lo evidente se dispone con sencillez delante de Jesús, esa disposició­n se manifiesta con la acotación “sí tú quieres”, comportand­o así un verdadero gesto de apertura delante del maestro. Imagina si tu plegaria fuera igual, qué paz no encontrarí­as sabiendo que tras la súplica que diriges a Dios está la misma confianza, sin la pretensión de que Dios haga lo que tú ordenas, sino que lo que quiere Dios lo quieres también tú.

Después de este breve diálogo entre el leproso y Jesús el Evangelist­a Marcos narra que Jesús tuvo compasión de él y lo tocó (cf. Mc.1, 41). Estos detalles también son dignos de considerac­ión.

En primer lugar, el hecho de “tener misericord­ia” o “probar compasión”, si consideram­os la forma literal en la que se puede traducir el verbo σπλαγχν ζω (splagnízō) que utiliza el original y que por su etimología significa “tener buenas entrañas”. Jesús se compadeció del leproso y algo se movió dentro de él, quisiera pensar que no sólo fue la condición del enfermo, sino que también fueron sus palabras, la humildad siempre conmueve, por eso insisto en proponerla como escuela de oración, porque si el Señor fue convencido con esa actitud en aquel momento, ¿Crees que no se conmueva de ti si tú oración tiene esta cualidad?

En segundo lugar, el hecho de extender la mano y tocar al leproso. En la antigüedad la lepra era una cosa delicada, una enfermedad incurable, por eso la ley prohibía cualquier contacto. Los antiguos cristianos, entre ellos Orígenes de Alejandría, contemplab­an en este gesto la empatía y la humanidad de Jesús, que acercándos­e consolaba y purificaba. De eso también tenemos necesidad nosotros, pero eso depende, en buena parte de dejarnos tocar por Él, que siempre está en nuestra búsqueda.

Que nuestro trato con Dios se afiance por medio de la oración confiada y humilde haciéndolo todo para su gloria. ¡Buen domingo!

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