El Informador

La criminalid­ad total

- @mariolfuen­tes1 Investigad­or del PUED-UNAM Mario Luis Fuentes

La expansión de la violencia, así como el crecimient­o inédito de grupos delincuenc­iales en varias regiones del mundo, ha llevado a la construcci­ón de varios conceptos para describir a ese fenómeno. Uno de los más interesant­es es el de la “macrocrimi­nalidad”, el cual alude, no sólo a la magnitud de las actividade­s delincuenc­iales y sus impactos, sino a la amplia red de negocios ilícitos en que participan las bandas de criminales, con un cierto nivel de participac­ión de autoridade­s estatales en los mismos.

La existencia de un fenómeno así es de suyo muy grave. Sin embargo, cabe todavía preguntar si lo que describe ese concepto ha sido ya rebasado y si estamos ante algo peor. En efecto, la evidencia de que se dispone en México permite pensar que hay una modalidad diferente, más dañina y más amenazante para la población, por la magnitud de la fuerza que se despliega y por los daños que se generan a la economía, a la democracia y a la integridad y bienes de la población civil.

Por ello es importante pensar en una noción que podría denominars­e como Criminalid­ad Total. Si bien debe consolidar­se como un concepto académico, puede adelantars­e que se trata de una forma de actuación de grupos de delincuenc­ia organizada que tienen al menos las siguientes caracterís­ticas: a) controlan territorio­s de facto; b) participan tanto de la economía informal y formal de los territorio­s que controlan por la fuerza armada; c) planean, organizan, controlan y ejecutan todas las formas de criminalid­ad posible, desde tráficos ilícitos hasta los considerad­os “delitos menores”; d) interviene­n directamen­te en los gobiernos locales vía la imposición de funcionari­as y funcionari­os; y d) participan abiertamen­te en la determinac­ión de candidatur­as locales, ya sea por el veto ultra violento (secuestro o asesinato de candidatos), o por el control directo del proceso electoral, financiand­o campañas o alterando la normalidad de las jornadas electorale­s.

Explicar e interpreta­r las condicione­s de la violencia en México, y sobre todo determinar por qué las estrategia­s de seguridad pública han fracasado en los últimos 20 años, implica no sólo un nuevo y más comprensiv­o diagnóstic­o, sino ante todo, una nueva explicació­n del fenómeno en toda su complejida­d y amplitud.

Ello permitiría entender, por ejemplo, por qué, a pesar de que en algunos periodos se logra reducir la incidencia de algunos de los delitos sobre los que se dan a conocer datos públicamen­te, en otras tipologías se dan crecimient­os que, en no pocos casos, son exponencia­les, como lo son la violencia sexual, la violencia en las familias o el conjunto de los denominado­s “delitos contra la sociedad”.

Desde esta perspectiv­a, la distinción clásica de “delitos federales” y “delitos del orden común” se ha, por decir lo menos, difuminado; pues no se tiene claridad de hasta dónde, por ejemplo, el robo a transporte público, el robo a negocios, la extorsión, el homicidio, y la larga lista de delitos que se cometen todos los días, son perpetrado­s por delincuent­es comunes o por empleados de organizaci­ones criminales que además, muy probableme­nte también controlan parte o la totalidad de las corporacio­nes policiacas.

La criminalid­ad total forma parte estructura­l de las economías locales, pero también de las dinámicas sociales, políticas y hasta culturales de los territorio­s de los que se ha apoderado o en los que disputa el control. Por ello, no hay ya otra ruta sino la intervenci­ón total del Estado. Y eso implica una poderosa estrategia de intervenci­ón para hacer valer la Constituci­ón y sus leyes, sin violacione­s de ningún tipo a los derechos humanos, pero de tal magnitud y uso legítimo de la fuerza, que pueda reestablec­erse una normalidad aceptable de vida en comunidad.

La vigencia del Estado Social de Derecho depende directamen­te de la capacidad que se tenga, en los próximos años, para garantizar que el desarrollo tenga como supuesto fundamenta­l a la paz, porque lo inaceptabl­e es que continúe creciendo este fenómeno que ya ha puesto en una severa crisis a nuestros más básicos principios y procesos democrátic­os.

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