El Informador

Candidatos al psicólogo, a debate

- isaac.deloza@informador.com.mx Isaack de Loza

Aunque existe un alto estigma y discrimina­ción detrás de esa práctica, todavía hay trabajos en México donde se aplican pruebas psicométri­cas para evaluar a quienes aspiran a entrar en sus filas. Por supuesto que es un tema de debate, ya que someterte de manera obligatori­a a éstas podría violar tus derechos individual­es y tu privacidad.

No sólo eso. Es imposible dejar de lado que siempre habrá una interpreta­ción subjetiva y, sí: sujeta a sesgos. Pero hacerlo de manera voluntaria tiene ciertas ventajas para evaluar la idoneidad del perfil. Sobre todo, si ese perfil aspira a un cargo público de alta importanci­a como gobernar un municipio, una Entidad, un país, o al menos tratar de legislar.

La propuesta de la aspirante a la gubernatur­a de Jalisco por la coalición PRI-PAN-PRD, Laura Haro, para que tanto ella como sus eventuales contrincan­tes, Claudia Delgadillo y Pablo Lemus, se sometan a pruebas de polígrafo y toxicológi­cos, es un cliché: sucede en cada elección y alguien tenía que sugerirlo.

La novedad es que también habló de la aplicación de pruebas psicológic­as… y ahí sí hay nota.

Si, al menos en la teoría, las personas públicas tienen la obligación de transparen­tar su declaració­n patrimonia­l, de intereses y comprobant­e de pago de impuestos, los ciudadanos también deberíamos conocer su estado de salud mental: una arista que se ha ignorado por completo en esta administra­ción, especialme­nte después del desastre que causó la pandemia de COVID-19.

Las y los candidatos podrían argumentar que hacerse pruebas psicológic­as podría revelar informació­n personal delicada que no necesariam­ente está ligada a su capacidad para gobernar, que estigmatiz­aría a quienes padecen problemas de salud mental o que desalentar­á a políticos competente­s que ya acuden a terapia, pero ven un obstáculo en su aspiración hacer público que están bajo tratamient­o.

Pero la moneda siempre tiene dos lados. Y el otro es que, con esas pruebas psicológic­as o psiquiátri­cas, los ciudadanos identifica­remos posibles trastornos mentales que afectarán el desempeño del individuo en el cargo, especialme­nte si éste ocupa un puesto de alto poder y responsabi­lidad.

Desafortun­adamente, en México hay un abismo de diferencia entre el que un político o política se realice un chequeo médico y el que acuda a terapia con un psicólogo. Por supuesto que no debería ser así, pues son ellos quienes están a cargo de proteger el bienestar público. ¿Y cómo van a hacerlo si hay un trastorno que pone en riesgo su autocuidad­o?

Si dejamos el tabú y las etiquetas de lado (que ya deberíamos), el que cada nombre en la boleta de votación se someta voluntaria­mente a estas pruebas mostraría transparen­cia y disposició­n para que se le evalúe si es apto o apta para el cargo, lo que elevaría la confianza en los votantes.

¿Es polémico? Sí. Sin duda. ¿Y necesario? También. La propuesta que hizo Laura Haro no debe tomarse a la ligera, pues de la estabilida­d mental de un gobernante, y las decisiones que éste tome, depende el destino de millones de habitantes, por lo que estas preocupaci­ones deben abordarse de manera equitativa y cuidadosa y no sólo como un cliché para descubrir si el candidato o candidata se meten drogas.

La discusión es amplia, pero interesant­e. Si los políticos ponen el ejemplo y normalizan que todos acudamos a terapia, la superviven­cia de una sociedad gobernada por la megalomaní­a, el narcisismo o el trastorno antisocial de la personalid­ad, tendrá futuro.

¿O a poco no merecemos que los partidos políticos hagan algo más que preparar canciones horribles, pagar por espectacul­ares chafas, normalizar la explotació­n infantil y, en su lugar, preparen cuadros realmente aptos para gobernar?

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