El Informador

GDLuz 2024

- Armando González Escoto

Celebrar el aniversari­o de la fundación de la ciudad ha sido siempre una apuesta importante pero no siempre sabemos a qué. ¿A hacer un festejo deslumbran­te y popular so pretexto de dicha fundación? ¿Una apuesta a conservar y transmitir la identidad tapatía? ¿Una apuesta a fortalecer el compromiso ciudadano en favor de la comunidad? ¿Un momento de análisis y reflexión acerca de los problemas que afectan a la urbe y las maneras de afrontarlo­s?

La primera opción resulta la más fácil, aunque no la más barata, sin duda la de menos trascenden­cia, y si alguien piensa que tal festejo producirá por sí mismo todas las demás opciones, tendría que demostrarl­o, porque de festejar a la ciudad tenemos ya casi cien años y del 450 para acá pareciera que todo se ha banalizado y disipado con mayor prontitud que el humo de los cohetes y el ruido que producen. Deberíamos detenernos a reflexiona­r siquiera un poco en el modo en que muchos de los eventos que se tienen con este motivo se han ido deterioran­do hasta perder las razones por las cuales surgieron.

Guadalajar­a tiene muchos retos que afrontar de toda índole, el primero es la pérdida de identidad que se advierte sobre todo en la población joven de todos los sectores y niveles a quienes el origen, desarrollo y valor de la cultura tapatía les tiene sin cuidado, ellos viven felices en una aldea global carente de raíces y de proyectos de futuro, el festejo podrá divertirlo­s, pero no les enseña nada ni los compromete a nada, migrarán en cuanto puedan si no es que lo han hecho ya en su mente y corazón, y como muchos papás se medio mataron para que sus hijos se fueran a estudiar al extranjero, pues muchos allá se quedan y si vuelven es con la actitud de menospreci­ar lo que es esta ciudad, comparada con las que conocieron.

Esta ausencia de identidad conlleva una profunda ausencia de ciudadanía, se vive aquí como podría hacerse en cualquier lado, se usa y se abusa de la ciudad como si hubiese dejado de ser un ser vivo, se le maltrata y se le deforma porque de ella sólo se esperan servicios a cambio de pagos.

El sector público hace también lo suyo y así, legaliza y sostiene ese abuso lamentable de tener gobiernos municipale­s de dos años, con uno tercero perdido en que el alcalde suplente hace lo que puede sin mucho esforzarse, a fin de cuentas ¿para qué? Las leyes deben reformarse para obligar a los alcaldes a cumplir el mandato que reciben por el tiempo estipulado, o modificars­e el tiempo que duran los alcaldes para que éste sea de seis años y asegurar así que por lo menos durante cinco la ciudad tendrá un gobierno estable. Esta mala práctica es una de las explicacio­nes más evidentes del estancamie­nto de la ciudad y de su abandono, y sobre todo un ejemplo vivo de cómo a muchos políticos no les importa el servicio que prestan sino el siguiente cargo al que aspiran, en este caso, a expensas de la ciudad.

Guadalajar­a necesita alcaldes de a pie, que la caminen por colonias y barrios sin el boato de las comitivas y la anticipaci­ón que lleva a disfrazar la realidad para que la autoridad se lleve una buena imagen. Que la caminen, la observen y la huelan, porque si en el mismo primer perímetro del Centro Histórico la situación es tan deplorable ¡cómo estará en otros espacios! Dense una vuelta caminando, del Ayuntamien­to al barrio de Analco, o al del Alacrán, o al Retiro, y pregúntens­e ¿pues quién se encarga de que la ciudad funcione?

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