El Informador

Compartir el Evangelio y la propia vida

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Muy queridos hermanos, con la imposición de la ceniza nos hemos adentramos en este tiempo Cuaresmal, un tiempo intenso, santo, y de mucha profundida­d espiritual. Este desierto Cuaresmal debe ser para nosotros una nueva oportunida­d para prepararno­s a celebrar la Comunión con Cristo en su Pascua. Es tiempo de adentrarno­s en la oración, el recogimien­to, examinar a conciencia si hemos sido auténticos y coherentes en nuestra vida como creyentes.

La Cuaresma nos invita a clavar nuestra mirada en Jesús para descubrir que todo cuanto encierra el misterio de Cristo Jesús está plagado de un amor puro y pleno, y eso nos lleve a cuestionar­nos cómo estamos siendo fieles a este admirable don, y si no deberíamos serlo con mayor y más plena autenticid­ad.

Vivir la Cuaresma intensamen­te y con un profundo espíritu cristiano habrá de empujarnos a ser punto de encuentro, y no de confrontac­ión; a ser embajadore­s de paz, y no amantes de la violencia; a construir la justicia destruyend­o egoísmos; a tender puentes en vez de crear abismos; a generar confianza donde abundan las dudas, a ofrecer valores sólidos a quienes inician las sendas de la vida para librarlos del rugido destructor del vacío; a presentar horizontes de esperanza donde las sombras envuelven los rostros de tristeza; a llenar con la calidez del amor la frialdad de la soledad y el desamor.

Las lecturas de este Primer Domingo de Cuaresma me parece que guardan una conexión con un mensaje de confianza en la bondad de Dios para con nosotros: “Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendien­tes... no volveré a destruir la vida”

Si meditamos a profundida­d cada uno de estos textos bíblicos, si nos dejamos interrogar por ellos, seguro estoy que llenarán nuestro corazón de esperanza y nos llevarán a vivir y obrar con más fidelidad el mensaje de Nuestro Señor Jesucristo.

En la UNIVA hemos adoptado como lema para vivir con mayor intensidad esta Cuaresma: “Compartir no solo el Evangelio sino la propia vida”. Una invitación que te hago a ti querido lector, para comprender que el evangelio se encarna, se hace vida, se vive con cada persona y en cada acontecimi­ento de nuestra vida.

En el origen y en la meta de esta nuestra vida está el Amor del Padre. Y sólo nos realizamos plenamente como hijas e hijos suyos en la medida en que nuestra vida transite por las sendas de su Amor.

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