Confrontación sólo con opositores, no con el narco
Ese será uno de los sellos del estilo de gobernar de AMLO. Del Gobierno de la autollamada cuarta transformación. Como he apuntado aquí en distintos momentos del sexenio de la 4T, la enjundia presidencial que despliega a diario Andrés Manuel López Obrador desde su púlpito mañanero embiste sólo a sus opositores políticos y a todo aquello que le represente un contrapeso.
Nunca ha dirigido esa beligerancia contra los grupos del crimen organizado que tienen incendiadas cada vez más regiones del país.
Esta intolerancia hacia sus adversarios políticos, que engloba en una generalización nebulosa al meterlos a todos en la categoría de “conservadores”, y la tolerancia de su Gobierno ante los desafíos y tropelías diarias y cada vez más variadas de los grupos de la delincuencia organizada contra la población, ha quedado nítidamente exhibida en los últimos tres días.
Desde el domingo que acabó la Marcha por la Democracia, que ha sido la movilización no convocada por el Gobierno más grande en lo que va del sexenio, el Presidente no ha dejado de arremeter, ya no sólo contra los organizadores sino también contra los asistentes.
“Ahora se disfrazan de demócratas. Dicen: ‘Vamos a defender nuestra democracia’. ¿Cuál es la democracia de ellos? La que funciona nada más como parapeto, cuando en realidad lo que había era el dominio de una oligarquía corrupta”, dijo el lunes para descalificar la marcha que abarrotó el Zócalo de la Ciudad de México. Ayer volvió a criticarla y de paso cuestionó la cobertura “tan amplia” que hicieron algunos medios de comunicación de la manifestación.
En contraste, y como ha sido una constante en su Gobierno, ayer que se le preguntó de la tregua que gestionaron obispos católicos de Guerrero, entre las bandas criminales de Los Ardillos y Los Tlacos, que tienen asolada a la comunidad de la capital Chilpancingo, López Obrador reconoció su “capacidad de movilización” y dijo que por eso evitó hace seis meses una confrontación con ellos, y ordenó que se retirara la Guardia Nacional. Insistió, además, en su estrategia de evitar confrontaciones violentas y con sus programas sociales atender las causas que originan la violencia.
“Hace como seis meses, ocho meses tomaron Chilpancingo con mucha gente, no sé, como mil, dos mil. Estaban buscando un enfrentamiento y lo que hicimos fue no caer en la provocación, se retiró la Guardia Nacional”, dijo ayer el Presidente en su mañanera.
Lo dicho, los embates presidenciales son contra los opositores y los contrapesos, para la delincuencia, una tolerancia que raya en el incumplimiento de la Ley al no detener, sino esquivar a los generadores de violencia, que se le empieza a achacar también como complicidad criminal.