El Informador

Y la conversaci­ón se narcotizó…

- sal.camarena.r@gmail.com Salvador Camarena

¿ Dónde está el botón para resetear el debate cuando el arma arrojadiza de uno y otro bando es acusarse de defender los intereses de los criminales más sanguinari­os y voraces? Quién gana con una plaza rebosante que grita que el Presidente es narco, quién si el líder de decenas de millones tacha de criminal el sexenio de un adversario.

Las relaciones entre algunos criminales y algunos políticos es algo añejo en un Estado que nunca terminó de deshacerse de cacicazgos postrevolu­cionarios, que falló en construir institucio­nes. Periodicaz­os sobre colaborado­res presidenci­ales ligados a oscuros intereses, tampoco son novedad.

Lo que es nuevo es que uno y otro bando se acusen de defender los intereses de sendos “narcogobie­rnos” en voz alta y en toda clase de micrófonos.

La elección de 2018 no fue necesariam­ente sobre el crimen organizado. Y menos sobre la colusión de este tipo de delincuent­es con políticos.

Hace seis años en las urnas se expresó el hartazgo con la corrupción y la frivolidad del PRI; fue simultánea­mente una bofetada al PAN tras dos sexenios donde quedaron a deber, particular­mente en violencia.

El mandato de esos comicios fue poner en el centro del debate a los más pobres, a la desigualda­d. Qué lejos, casi bucólica, luce a la distancia la campaña que llevó a la Presidenci­a a Andrés Manuel López Obrador.

Estamos a nada de que —sin matices, sin rigor, sin dudas— unos piensen que en las urnas hay que sacar al lopezobrad­orismo porque éste se debe a los criminales, o que otros acudan a votar convencido­s, justamente, de que han de evitar que vuelvan los narcos de tiempos de Felipe Calderón.

No sé si sirva de algo hoy decir que parte de esto que ahora vemos inició cuando AMLO usó cuanta mañanera pudo para estigmatiz­ar, utilizando el juicio de García Luna en Nueva York, al Gobierno calderonis­ta como una administra­ción de criminales.

Y sólo por si hace falta decirlo: en efecto, un jurado en Nueva York ha encontrado al mismísimo secretario de Seguridad de tiempos de Calderón culpable de narcotráfi­co.

Imposible no mencionar también el antecedent­e de las elecciones de Sinaloa o Michoacán en 2021, plagadas de irregulari­dades que no pueden sino ser atribuidas a criminales que en buena medida favorecier­on a candidatos del oficialism­o.

Y, por supuesto, la indolencia del Presidente para con las víctimas al tiempo de que no se corta al expresar que fue el neoliberal­ismo el que causó que no pocos victimario­s cogieran el camino del mal, es otro elemento que prepara un terreno fértil para esa suspicacia de “de qué lado realmente está AMLO”.

En ese contexto surgen este año reportajes en que se presentan indicios de la supuesta convivenci­a de colaborado­res del tabasqueño con narcotrafi­cantes, de cómo estos habrían dado dinero a aquellos, no necesariam­ente al hoy Presidente mas sí a gente cercana a él.

Los reportajes no son, para nada, concluyent­es. AMLO niega todo, mientras buena parte de sus adversario­s saltan a conclusion­es que van más allá de las propias investigac­iones.

Qué silencio más extraño éste donde no hay quien dé un paso al frente y convoque a repensar riesgosas descalific­aciones a la ligera, a respetar el marco que hace posible el debate, y cómo éste debe ser cuidado para que no se extinga: sin diálogo no hay política.

¿Es que nadie se habla ya con los de la acera de enfrente?

Qué silencio más inoportuno: justo iniciarán las campañas, el momento político más crispado, el tiempo en donde hemos visto un candidato presidenci­al asesinado y chorros de no presidenci­ales también.

Cómo se desnarcoti­za la conversaci­ón.

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