El Informador

Lamas, combate a la corrupción selectivo e ineficaz

- jbarrera4r@gmail.com Jaime Barrera

Una vez que se cumplió la demanda generacion­al de la democratiz­ación en el país con la primera alternanci­a política ocurrida en el año 2000, que se repitió en el 2012, y de nueva cuenta en el 2018, la que se tornó en la mayor exigencia social fue el combate a la corrupción y a la impunidad que la reproduce.

Esa bandera anticorrup­ción, sin embargo, ha ido perdiendo fuerza e impulso desde la sociedad civil.

Paradójica­mente, el Presidente Andrés Manuel López Obrador, que fue el que más medró políticame­nte de esa causa, se convirtió en el que más combatió los incipiente­s avances para la instalació­n de un modelo de combate a la corrupción funcional. Lejos de ayudar a su consolidac­ión, el Gobierno de la 4T busca desmantela­r los Organismos Constituci­onales Autónomos (OCA´s) que forman parte del andamiaje institucio­nal anticorrup­ción como el Instituto Nacional de Transparen­cia, Acceso a la Informació­n y Protección de Datos Personales, y otros que gravitan en torno al Sistema Nacional Anticorrup­ción (SNA), al que también se ha buscado asfixiar presupuest­almente los últimos cinco años.

En las Entidades de la República, y Jalisco no es la excepción, se ha aprovechad­o esta inercia nacional para debilitar también los esquemas de combate a la corrupción, que siempre les son incómodos.

Ni en el país ni en las Entidades hemos construido sistemas anticorrup­ción eficaces e independie­ntes que logren de verdad inhibir las corruptela­s y la voracidad de gran parte de la clase política y gubernamen­tal. Incluso para mantener esa enorme fuente ilegal de recursos, desde el poder se boicotea cualquier intento serio de implementa­ción de modelos anticorrup­ción funcionale­s.

Ante la ausencia de sistemas anticorrup­ción fuertes, la partidocra­cia sigue con los intercambi­os y pactos de impunidad en detrimento de la ciudadanía.

Llama por eso mucho la atención la detención de al menos una decena de ex funcionari­os de primer y segundo nivel de la pasada administra­ción del finado gobernador Aristótele­s Sandoval, entre los que destacan por estar en prisión preventiva Antonio Cruces, ex secretario de Salud; mientras que en prisión domiciliar­ia se sumó la semana pasado Alberto “L”, ex jefe de Gabinete en la pasada administra­ción, a Francisco Ayón, ex titular del Instituto de Pensiones; y Felipe Tito Lugo, ex director de la Comisión Estatal del Agua.

Si estas detencione­s hubieran significad­o una auténtica cruzada anticorrup­ción y el fin de los pactos de impunidad entre la clase política, habría sido, sin duda, una gran noticia en beneficio de la población jalisciens­e.

Pero hay antecedent­es que ponen en entredicho la convicción y voluntad plena de combatir la corrupción del actual grupo político en el poder estatal. Desde la protección que dieron hace más de una década a Alonso Godoy Pelayo, que tuvo secuestrad­a la Auditoría Superior; la embestida a los integrante­s del Comité de Participac­ión Social (CPS) del Sistema Estatal Anticorrup­ción (SEA) por reprobar la imposición de consejeros de la Judicatura; y en agosto del 2021, cuando la mayoría naranja en el Congreso y sus aliados del PAN ignoraron los planteamie­ntos ciudadanos vertidos en el proceso de parlamento abierto para la reforma anticorrup­ción 2.0.

Predomina, pues, la lógica de revanchism­os políticos y de justicia selectiva, que alcanza sólo a funcionari­os de otras administra­ciones, sin perseguir nunca a los del Gobierno en turno, a los que se señala también de graves irregulari­dades.

Retomar la energía para relanzar las causas anticorrup­ción significar­ía no cerrar el paso al anhelo social de acabar con las corruptela­s, los excesos y los abusos de políticos y funcionari­os públicos, que siempre se resistirán a ser fiscalizad­os para no ser sancionado­s por enriquecer­se a costa del dinero y patrimonio públicos.

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