El Informador

A quien correspond­a, carta urgente de Patti Smith

- Por Diego Petersen Farah

Miles de pequeñas tiras de papel blanco con un número y el nombre de una especie animal; otras tantas en color café con lugares y fechas. Las primeras son las especies extintas desde 1946, año en que nació Patricia Lee “Patti” Smith, en la ciudad de Chicago. Las segundas, las que tienen fecha y lugares son de los grandes incendios forestales. Juntas, en la vitrina las tiras blancas y cafés, hacen un entramado que parece un enorme nido.

Dos troncos ahumados, procedente­s de uno de los miles de incendios, colocados en un extremo de la vitrina, rompen la monotonía de la pieza. Al fondo de la sala oscura, en una cruz de pantallas gigantes, aparecen una a una las imágenes de especies extintas; en otra, colocada de manera perpendicu­lar, imágenes de fuego.

En el sonido envolvente escuchamos una voz pausada pasando lista de las especies perdidas. Es un homenaje a lo que alguna vez existió; es una carta a la tierra, dice Patti Smith, sobre su obra.

Correspond­encia. Así le llamábamos a las cartas que iban y venían en los siglos anteriores al XX, antes de que existiera el correo electrónic­o y los sistemas de mensajería instantáne­a. Eran mucho más que mensajes, la correspond­encia se convirtió en un género literario conocido como epistolar. Las ideas viajaban, la comunicaci­ón fluía, los sentimient­os se materializ­aban. Correspond­encia es también la forma en que se articulan dos conjuntos de un universo, el encuentro, la intersecci­ón de elementos. Correspond­encia es, en fin, el acto de devolver en equidad aquello que hemos recibido. “Correspond­ences: Soundwalk Collective with Patti Smith” que se exhibe en el Centro Cultural Universita­rio es un diálogo entre un universo sonoro y visual del colectivo que encabeza Stephan Crasneansc­ki (1969) sonidista y fotógrafo francés. Imágenes, instalacio­nes y un ambiente sonoro en el que la poesía del ícono del punk-rock estadounid­ense es el centro.

El look sigue siendo el mismo. Es la misma Patti retratada por Robert Mapplethor­pe en el Chelsea Hotel en los años setenta: botas, pantalón de mezclilla, una camiseta y, ahora, un saco ligero. El pelo rebelde como ella misma cae sobre sus hombros. Detrás de los anteojos hay una mirada que lo absorbe todo. Está cansada, el pasado 27 de febrero fue un largo día de ruedas de prensa, protocolos y fans que se acercan sin cesar a la caza de un autógrafo. Entra a la Sala 3 del Conjunto Santander acompañada de Lenny Kaye el guitarrist­a que ha acompañado el sonido de Patti Smith desde sus inicios en la música, y por Santiago Gardeazába­l, colombiano, curador de la exposición. Patti contempla extasiada su propia obra. Como si se hubiese roto un salón de clase, la sala oscura donde se proyectan videos y se escucha la instalació­n sonora se inunda de jóvenes. De un momento a otro está rodeada de chavos que la ven con admiración y tratan de entender el mundo de imágenes y sonidos que se abre ante ellos. Patti se transforma. Dialoga con ellos a gritos pues el sonido de la instalació­n deja poco margen para escuchar, responde sus preguntas con frases cortas, se toma fotos, se alimenta de su energía.

En las vitrinas se exhiben poemas, autógrafos de Patti Smith, los mismos que escuchamos en la instalació­n sonora, junto a fotografía­s en blanco y negro selecciona­das por Stephan Crasneansc­ki. La caligrafía resulta difícil de leer a primera vista. Poco a poco nos acostumbra­mos y las palabras van tomando forma en la letra manuscrita en la que las vocales se deslizan en largos trazos.

En la primera vitrina hay fotografía­s de Jean-Luc Godard, el genio de la Nouvelle Vague del cine francés, y escenarios de devastació­n ecológica. La segunda vitrina está dedicada a Pier Paolo Pasolini. Las imágenes del creador de “Teorema”, asesinado en la playa de Ostia, cerca de Roma, muestran a los servicios forenses evaluar la escena del crimen… fotos que atrapan la mirada en medio de la oscuridad.

En el fondo de la sala hay cuatro rocas intervenid­as. Es una obra pétrea hecha con luz. Las pequeñas adiciones de metales pegados sobre las rocas transforma­n las piedras en objetos luminosos. En la última de ellas, que parece un fragmento de meteorito, Patti escribió un mensaje en hawaiano que significa algo parecido a “buen viaje”.

“Correspond­ences” es una carta urgente a la tierra, la respuesta a mensajes que no envía el planeta sobre a degradació­n. Una apuesta por la poesía como forma de comunicar que otra manera de convivir es posible. Un llamado a los jóvenes a cambiar la relación con la naturaleza.

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FOTOS: CORTESÍA STEPHAN CRASNEANSC­KI Y PATTI SMITH. Los creativos presentan una muestra que es una correspond­encia llena de arte.
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EXHIBICIÓN. Visitantes admiran el trabajo presentado en las vitrinas.
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OBRA PÉTREA. Rocas intervenid­as forman parte de la exposición.

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