LA PALABRA DE DIOS Dios conoce nuestro corazón
Nos encontramos ya en el tercer domingo del tiempo de Cuaresma, tal vez hayamos perdido un poco el sentido del por qué o para qué nos comprometimos en realizar algunos propósitos u ofrecimientos durante nuestro día. Es como sí nos encontráramos en el bosque, con agua, comida, una linterna, pero sin mapa y sin brújula. ¿Qué es lo que va a suceder? Lo más seguro es que nos perdamos, así pues, puede que nos encontremos perdidos a estas alturas de la cuaresma.
Y la Iglesia, en su sabiduría, como nuestra Madre y Maestra, nos viene a otorgar ese mapa y esa brújula que tanta falta nos hace. Es precisamente en el Evangelio de este tercer domingo de cuaresma, que se nos vuelve a orientar en el camino. Podemos observar a nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con una actitud que nos puede resultar un tanto familiar. Vemos como nuestro Señor se llena de celo y expulsa a aquellos que han profanado la casa de su Padre, muestra un verdadero celo fundado en el respeto a lo sagrado, que no puede tener otro origen que en el amor mismo.
Por amor, se defiende aquello que se ama. Surge entonces la pregunta: ¿Qué o a quién amas? Observemos en nosotros mismos sí hay algo que obstaculiza nuestra relación con Dios o es Dios quien obstaculiza nuestra relación con nuestros intereses. La cuaresma es el tiempo propicio para recordar que lo material se encuentra al servicio de lo espiritual, esto es, de nuestra relación con Dios, con nuestro prójimo y con nosotros mismos, evitando a toda costa servirse de lo sagrado para satisfacer lo mundano. Y así, como nuestro Señor purifico el Templo de aquellos ambiciosos, nosotros debemos de purificar nuestro corazón y regresarle aquella dignidad de la que en un principio gozaba. Nuestro corazón es un lugar sagrado.
Evitemos a toda costa vivir en apariencias, el principal beneficiario o perjudicado por nuestras propias acciones, omisiones o actitudes somos nosotros mismos.