El Informador

Aceptar el amor de Dios

- Rubén Corona, SJ - ITESO

En el evangelio de este domingo (Jn 3,1421), el evangelist­a Juan nos trata de hacer entrar en la paradoja que significa el amor de Dios. Se puede aceptar o se puede rechazar, aunque rechazarlo equivale a condenarse. ¿Por qué nos propone esta disyuntiva tan drástica? Ninguna persona se ha muerto por rechazar el amor de alguien más, y cuando este fenómeno se da entre personas, hablamos de que una de las partes es “tóxica”. ¿Este Dios que nos presenta Jesús es también tóxico, celoso, contrario a la libertad?

Lo sería, en efecto, si no fuera porque su regalo es vida. Jesús no habla simplement­e de aquellos que se condenan por rechazar a Dios, sino de aquellas personas que prefieren la muerte a la vida. Me dirán que, en realidad, quienes rechazan el don de Dios prefieren “la muerte de otros”. Por eso Jesús dice que “prefieren las tinieblas”, es decir, prefieren lo que no es vida. Tenemos muchos ejemplos de dinámicas de quienes “prefieren las tinieblas”: la ganancia antes que la vida, el poder antes que el servicio, el progreso antes que la justicia.

Aceptar el amor de Dios tiene que ver con acciones, no con palabras. Jesús se refiere explícitam­ente a las acciones de aquél que rechaza el don de Dios; dice que “aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran.” Prefiere seguir en las acciones que no dan vida, prefiere seguir en las tinieblas. Nos pueden venir al espíritu algunos ejemplos: personas que hacen negocios con criminales y afirman que ellos no matan a nadie; impedir el acceso a la justicia, diciendo que “no se hace nada ilegal”, etc. El arte de actuar contra la vida, conservand­o al mismo tiempo una buena fachada, para que sus obras no se descubran: algo que tiene gran actualidad.

Aceptar el amor de Dios sólo se hace a través de acciones, porque sólo la acción es digna de llamarse gratitud. Correspond­er al amor de Dios, tener gratitud, es actuar como Él, hacer su voluntad.

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