El Informador

El pacto de Brooklyn

- rrivapalac­io@ejecentral.com.mx / twitter.@rivapa Raymundo Riva Palacio

El juicio a Genaro García Luna, el poderoso secretario de Seguridad Pública del Gobierno de Felipe Calderón, deberá concluir, cuando más, tres semanas después de las elecciones presidenci­ales en México. Si no se acelera el proceso, a finales de junio será condenado por el juez Brian Cogan, o anulará el juicio y repondrá el proceso, como pretende la defensa del mexicano. Este no es el desenlace que tenía en mente el Presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando le pidió al Gobierno de Donald Trump su detención, que esperaba haber tenido una condena mucho tiempo antes. La estrategia alteró su calendario por lo lento y las circunstan­cias del proceso legal, y detalles de lo que hicieron ambos gobiernos en secreto, comienzan a trascender.

La historia comenzó la mañana del 19 de diciembre en Dallas, cuando fue detenido García Luna en el pequeño departamen­to que rentaba de manera temporal mientras trabajaba un programa de seguridad para un condado. Los alguaciles lo llevaron al Centro de Detención Metropolit­ano de Dallas, y tras ingresar lo llevaron a un salón donde había siete funcionari­os del Departamen­to de Justicia, la DEA, el FBI y la CIA. Sin un abogado presente, sin grabación de lo ahí platicado y sin minutas para registrar lo dicho, el representa­nte de la Fiscalía del Distrito Este de Brooklyn le dijo que su captura había sido “a petición del Presidente de México” para que imputara a varias personalid­ades mexicanas de la política, el sector privado y los medios de comunicaci­ón.

El abogado de la Fiscalía mencionó por nombre a los expresiden­tes Carlos Salinas, Vicente Fox y Felipe Calderón, y sin identifica­r ni precisar, al “señor de la telefonía”, al “de la televisora”, a “los de Televisa” y “al empresario de medios que tiene hospitales”. Era una lista larga donde estaban incluidos todos los procurador­es y procurador­as desde el Gobierno de Salinas al de Enrique Peña Nieto, así como todos los secretario­s de Hacienda y algunos de Gobernació­n.

No estaba el nombre del Presidente Ernesto Zedillo, y Peña Nieto aparecía sólo de manera tangencial. Sí estaban incluidas las figuras del PRI y el PAN más connotados de la última generación, líderes de partido, legislador­es y jueces. También había una decena de periodista­s. En todos los casos querían que García Luna acusara a los empresario­s de haber utilizado dinero del narcotráfi­co en sus empresas, y que el resto habían sido parte de un esquema de corrupción y encubrimie­nto.

Cuando el representa­nte de la Fiscalía hizo la oferta, el representa­nte de la CIA se salió del cuarto, algo que sólo sucede cuando lo que están prometiend­o un funcionari­o con representa­tividad no tiene el consenso de quienes están presentes, lo desaprueba­n o pueda estar al margen de la ley. Ese fue el primero, pero no el único momento en que afloraron las diferencia­s entre los servicios policiales y de inteligenc­ia estadounid­enses. En el curso del juicio, la DEA también se dividió y una parte importante no respaldó el actuar del agente Miguel Madrigal, que fue quien llevó a la Fiscalía en Brooklyn a Héctor Javier Villarreal, el ex tesorero del gobernador Humberto Moreira en Coahuila, el testigo más importante de la Fiscalía en el juicio de García Luna por ser el único que no era narcotrafi­cante ni había sido detenido por él, y a quien señala la defensa que cometió perjurio. Madrigal, tras la moción de la defensa donde presentó pruebas de que el agente de la DEA violó la ley para dañar a García Luna, fue jubilado.

García Luna rechazó la propuesta del representa­nte de la Fiscalía. Su explicació­n, de acuerdo con la informació­n en los ámbitos judiciales de Brooklyn, es que no imputaría a nadie de quien no tenía informació­n. Como reacción a su negativa, el ex secretario no fue enviado a una celda ordinaria, sino a un SHU, las siglas en inglés de Unidad Especial de Vivienda, con la que identifica­n en el sistema penitencia­rio estadounid­ense espacios de dos metros cuadrados que no tienen nada para sentarse o acostarse, y que permanente­mente tienen la luz encendida para que el reo pierda toda la noción del tiempo.

Aproximada­mente dos horas después de la primera reunión, en un vuelo privado desde Nueva York, de acuerdo con la informació­n obtenida, llegó a quienes varios de los que conocen los detalles de estos encuentros informales y que se mantuviero­n fuera de los registros oficiales, identifica­n como el titular de la Fiscalía del Distrito Este de Brooklyn. Sin embargo, no se pudo corroborar que se tratara de Richard Donoghue, cabeza de esa poderosa oficina judicial. De ser así, haber realizado ese viaje para firmar un acuerdo con un prisionero es algo extraordin­ario, porque prácticame­nte no salen de sus oficinas, ni siquiera para asistir a sus juicios.

El titular de la Fiscalía de Brooklyn, como lo refieren en las informacio­nes, le repitió a García Luna que había sido detenido por “petición del Presidente de México” -al que nunca llamó por su nombre- y le dijo que, a cambio de las imputacion­es y que se declarara culpable, el Gobierno de Estados Unidos le ofrecía que estaría en prisión sólo siete meses, al término de lo cual saldría libre y recibiría un pago “millonario”, que no cuantificó, para compensar que perdería las empresas que tenía en México y Estados Unidos.

García Luna repitió lo que había dicho al representa­nte de la Fiscalía que le adelantó parte del acuerdo horas antes, que no imputaría a nadie, porque no tenía informació­n de que hubieran estado vinculados con el narcotráfi­co, ni prueba alguna contra ellos. El titular de la Fiscalía le dijo que eso no importaba. Que él los señalara y que del resto se encargaría­n los fiscales. Además, le dijo que no se declararía culpable porque era inocente de las acusacione­s que le habían formulado. Lo regresaron al SHU.

Todavía hubo dos reuniones más el 9 de diciembre, sin abogado defensor presente, sin grabación ni minutas para dejar registro de lo ahí platicado. La respuesta de García Luna fue la misma. Ni se declararía culpable, ni imputaría a nadie.

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