El Informador

Horas oscuras

- sal.camarena.r@gmail.com Salvador Camarena

Al momento de escribir esto hay una comunidad que se debate entre rezar o gritar. O ambas cosas. Gente de varios lados que se niega a ver como normal que una voz periodísti­ca esté callada sin ser esa su voluntad, sin mediar explicació­n legal o legítima. Personas con dignidad indignadas.

A más de un día de ocurrir su desaparici­ón, se desconoce el paradero del colega Jaime Barrera, periodista jalisciens­e con décadas de profesiona­l desempeño, cara mediática más visible en su región, voz que habla cada día a una sociedad que progresa a pesar de amenazas de poderes fácticos.

La convicción de que Jaime tiene que aparecer sano y salvo, y de que la demanda de que así ocurra no transige condicione­s de tipo alguno, corre paralela con el temor. La fe no es ciega: enfrentamo­s a un monstruo criminal. Son horas oscuras así nadie ceda a la aflicción.

En este sombrío momento es preciso subrayar que la demanda a las autoridade­s para no agotar recurso alguno en su búsqueda no está fundada en que se trata de un periodista, un colega, un amigo, o un personaje público.

Exigimos que vuelvan él y todos los que han sido privados de la libertad. Y exigimos que él vuelva para que, como siempre en su carrera, en todos sus espacios canalice las exigencias ciudadanas de que tantas y tantos tienen que aparecer. Sanos y salvos.

Los medios y, desde luego, los periodista­s, somos instrument­ales. En el mejor de los casos un conducto de la sociedad para informarse sobre lo que pasa. Una bocina consciente y crítica que filtra y contextual­iza, pondera y jerarquiza, el trigo mientras elimina la paja.

Esa labor, tan vilipendia­da en estos tiempos, aguanta los reclamos de políticos de uno y otro bando que, acostumbra­dos como están a sentirse el centro del universo, ven todo con suspicacia. No entienden que mientras ellas y ellos a veces son oposición y a veces Gobierno, nosotros somos sólo eso: medios.

Y precisamen­te, porque estamos llamados a cumplir un deber con las audiencias y no con los poderes, ocurre que algunos entes gubernamen­tales irresponsa­blemente emprenden diatribas y acoso, de forma tan inconscien­te que al ir contra los medios debilitan un seguro social.

En México los criminales aprendiero­n de tiempo atrás que la prensa es vulnerable, que la autoridad es la primera en darle poco valor, que si incomoda es barato quitarla de en medio. En ese contexto es que ocurre la privación ilegal de la libertad de Jaime Barrera.

Por lo mismo, es preciso ampliar la protesta y elevar la demanda de que aparezca inmediatam­ente Jaime para que retome sus actividade­s. Para tranquilid­ad de su familia y de su comunidad. Que nunca más los criminales se arroguen derechos que no les correspond­en. Que impere la ley y solo la ley.

El silencio forzado no es una opción en una sociedad democrátic­a. Las armas tampoco deben ser el lenguaje de uso común. Quien quiera que lo haya retenido debe saber que hay una comunidad diciendo, de variadas formas pero uniformeme­nte, basta: no aceptamos la mordaza criminal.

Jaime volverá a casa y este será un mal recuerdo. Trago amargo del que habrá que aprender que si una agenda ha de unirnos es la de la convicción de que toda diferencia tiene un límite, de que la discordia no primará, de que la prensa libre es indispensa­ble para una sociedad plural, diversa, democrátic­a.

A veces, horas oscuras prefiguran momentos luminosos. Pero no por divina concesión o favor a rogar: esa luz, por la que vale jugarse la vida, se exige, se defiende y se ejerce. Libertad a Jaime Barrera ¡YA!

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