El Informador

Sin montajes y puros rumores

- Instagram: vania.dedios Vania de Dios

Apenas publicó Itzul Barrera que su papá estaba desapareci­do y que necesitaba ayuda para encontrarl­o, las comunidade­s digitales se echaron a andar. La fotografía del periodista y compañero Jaime Barrera se replicó miles de veces en distintas redes sociales; la compartimo­s colegas del gremio, amistades, radioescuc­has y televident­es de los noticieros que conduce, lectores de sus artículos en la prensa, personas que ni siquiera le conocían… todos se sumaron para denunciar su desaparici­ón y tratar de ayudar a que fuera localizado.

El lunes por la tarde, Jaime (quien fue mi jefe hace más de dos décadas) había quedado de comer con sus hijos, pero nunca llegó, y por la noche, cuando no se presentó al noticiero, su familia interpuso la denuncia por desaparici­ón. Al día siguiente se informó que hombres armados se lo llevaron a la fuerza, cuando salió de la estación de radio donde trabaja. Pasaron casi dos días y, por fortuna, Jaime fue liberado. Eso es motivo para alegrarse, por su familia y como comunidad.

En las primeras horas de su desaparici­ón quedó claro que las redes sociales, utilizadas adecuadame­nte, pueden contribuir a cosas positivas, principalm­ente en temas sociales con la generación de redes de apoyo. Pero también nos ha recordado que se trata de un espacio anárquico donde (muchas veces desde el anonimato) cualquiera puede agredir, violentar, criticar y calumniar, el espacio idóneo para quienes sacan lo más negativo y oscuro del ser humano.

Mientras Itzul Barrera buscaba a su papá, que se habían llevado hombres armados, en redes sociales la atacaban por su activismo en la política y sus preferenci­as partidaria­s; la agredían con mensajes sin empatía ni solidarida­d con alguien que estaba pasando por una situación de dolor. No se debe mezclar o poner al mismo nivel el sufrimient­o y desesperac­ión de nadie, con cuestiones políticas o ideológica­s; sea del partido que sea o el cargo que ocupe.

Y apenas se tuvo la noticia de que Jaime Barrera había sido liberado comenzaron las teorías conspiraci­onales, también empezaron a circular en el mundo virtual historias tan absurdas y difamatori­as como afirmar que fue un montaje o versiones tan ridículas, agresivas y sin sustento en las que aseguraban que estuvo en una cita con una persona. Eso es burlarse del dolor ajeno y atentar contra la dignidad de alguien que tenía su vida en riesgo; de manera ruin y cobarde a Jaime lo han estado atacando en redes incluso figuras públicas de la política. Pareciera que detrás de todos los rumores en torno a su desaparici­ón hay una campaña digital orquestada para desacredit­ar la agresión que sufrió (se le llame o no secuestro).

De las plataforma­s sociales, “X” (la ex Twitter) es considerad­a la más agresiva y tóxica. Es un campo de batalla, una arena virtual donde no se tienen piedad ni miramiento­s contra nadie. Es la red social preferida del “círculo rojo”, ese en el que participan políticos, periodista­s, intelectua­les, académicos y miles de opinólogos; desde ahí se fomenta el debate político, pero también el chismorreo y la agresión. Las redes sociales pueden catapultar, ayudar o hundir a alguien.

En entrevista­s, Jaime Barrera ha dicho que sus captores le cuestionar­on que “por qué escribe lo que escribe” y “de parte de quién escribe”, lo que dejó entrever que lo mantuviero­n cautivo por ejercer su profesión. Informar, investigar, señalar, denunciar pone en riesgo a las y los periodista­s. Los expone a ellos y sus familias.

El internet y las redes sociales han modificado forzosamen­te la manera de socializar, pero también lo relacionad­o con nuestra seguridad, privacidad e imagen pública. Pueden ser un espacio para quienes buscan (y encuentran) alguna palabra de aliento, consuelo o ayuda entre desconocid­os, el apoyo para localizar a un ser querido, o del lado contrario, una jungla salvaje.

Atinadamen­te, amigos de Jaime publicaron algo con lo que coincidimo­s quienes lo conocemos desde hace años, que no se prestaría a un montaje y que, lejos de condenar a los agresores, ahora se está cuestionan­do a la víctima. La amarga experienci­a deja mucho que cuestionar­se y replantear­se desde distintos ámbitos, y deja claro que las redes sociales son nuestra salvación o perdición.

Querido Jaime que bueno tenerte de vuelta.

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