La muerte de Cristo: clave para la conversión cristiana
Nuestro Señor emplea frecuentemente elementos de la naturaleza, de la vida cotidiana, fenómenos que observa su público y puedan comprenderlo: utiliza lo natural y visible para revelar lo sobrenatural y oculto. En el evangelio de hoy nos habla, entonces, del grano de trigo que sembrado en la tierra muere para dar mucho fruto. Así como el grano tiene que morir y cambiar, así el hombre ha de morir a sí mismo y transformarse para vivir. Con esta imagen, Jesús hoy nos enseña que lo propio del cristiano no es quedarse quieto cómodamente, sino el movimiento, el cambio, que en nuestro lenguaje cristiano llamamos conversión.
En nuestra actualidad experimentamos muchos cambios como sociedad y en la mentalidad común. Sin embargo, no debemos pensar que todo cambio, por ser cambio, es querido por Dios. Hoy por ejemplo, se dice que es válido cambiarse de género según el sentimiento del momento; o que la iglesia tiene que acomodarse a los tiempos actuales siguiendo las modas y normas que dicta lo políticamente correcto. El cambio es cristiano, porque tiene un carácter cristiano, que el Señor nos muestra con su muerte y se recoge en las lecturas de hoy.
La conversión es cristiana cuando no se encierra en uno mismo, cuando se abre a los demás, cuando el fruto alcanza al otro, sin importar los méritos de los demás. Es como lo anuncia el profeta Jeremías en la primera lectura, “alianza nueva y permanente,” es decir, un compromiso de donación que no me esclaviza, sino que me hace libre en la unión. Y yo, ¿Temo entregarme, y ser generoso con Dios y con mi prójimo por perder? ¿Pero perder qué?
La conversión es cristiana cuando se hace según la voluntad de Dios. Así lo manifiesta la carta a los Hebreos: “aprendió a obedecer y se convirtió en autor de salvación eterna”. Cristo con su muerte nos salva porque ha sido obediente con el Padre, hasta la muerte. La verdad es que la libertad auténtica se da mediante la obediencia, un mensaje contracultural, pero que es verdad y el testimonio de los santos quienes sí se han entregado con corazón obediente a Dios, cómo el Hijo al Padre, nos demuestran que se alcanza la felicidad con esta muerte a uno mismo.
Por último, la conversión cristiana es decidida y está al alcance de todos porque Cristo es realmente ser humano. Un detalle del Evangelio lo manifiesta, cuando Jesús dice: “Ahora que tengo miedo, ¿le voy a decir a mi Padre: ‘Padre, líbrame de esta hora’? No, pues precisamente para esta hora he venido”. No podemos evitar tener miedo a la entrega, pero en Cristo y en el cristiano, el amor al Padre y al prójimo es más grande y es el motor de la conversión, que vence incluso la muerte.
Sigamos muriendo a nosotros mismo en esta Cuaresma y dejemos que Nuestro Señor, cuya muerte nos trajo la salvación, nos transforme para vivir esta Pascua una verdadera conversión cristiana.