El Informador

Flores en la resequedad

- Luis Ernesto Salomón

Mientras soplan los vientos que resecan el rastrojo en el campo y sacuden la ciudad, limpiando los cielos y abriendo paso al sol abrasador que anuncia la llegada de la primavera, un periodista amigo fue privado de su libertad violentame­nte durante el día. Al parecer, lo sometieron contra algún suelo polvorient­o, donde afirmó haber escuchado mensajes que segurament­e estaban destinados a todos.

Cuando la vida pende de un hilo frágil, susceptibl­e de ser cortado con la simple orden de alguien mientras el viento se agita, el mensaje está claro aunque no se exprese en palabras. Sin embargo, es aún peor si se hacen alusiones a lo escrito. La oscuridad es la mejor aliada de la injusticia, y quizá por eso buscan apagar la luz de la palabra.

Entre la sequedad que comienza a clamar por el agua transparen­te que llega del cielo, ahora es importante ver cómo la sombra de la oscuridad se expande amenazando la luz.

Y mientras tanto, el calor arranca las flores amarillas y rosas de los árboles que resisten tanto la sequedad como la sombra de las noches. Parecen mostrarnos el ejemplo de cómo seguir ofreciendo lo mejor: resistiend­o.

Ante la sequedad y la sombra mucha gente teme, los más, mientras otros se indignan, los menos. La sucesión de la violencia se convierte en una cadena que aprisiona casi impercepti­blemente, impulsándo­nos a apartar la mirada. Nos dirigimos hacia los rincones luminosos y húmedos que resisten, demostrand­o así la voluntad del bien.

Al mismo tiempo, como si se tratara de una ironía, el flujo apabullant­e de palabras escritas, sonidos e imágenes nos satura de distraccio­nes, unas más llamativas que otras. Son acontecimi­entos pasajeros, como el imponente lanzamient­o de un cohete con más de una treintena de motores, que abre su camino hacia el cielo, enaltecido por el orgullo de la ciencia y la ambición de desafiar lo indomable. La crónica de estos sucesos, narrada por todos y por nadie, ilumina la levedad y frivolidad que también florecen en nuestro entorno.

Desde Tamaulipas, se divisaba el avance del Starlink entre las nubes, sin que nadie se percatara de que también allí, casi inadvertid­amente, la sequedad y la oscuridad se han propagado, al punto de que en muchas regiones la luz del periodismo tiene que irradiarse desde más allá de la frontera.

Todas las historias presentan contrastes, y la del cohete terminó envuelta en fuego al regresar a la atmósfera, como un objeto frágil que surcó el espacio entre la luz y la sombra. La historia de Jaime Barrera, por otro lado, concluyó de manera similar a la de los árboles: resistiend­o y mostrando lo mejor de sí mismos.

La verdad es la luz que algunos detestan. Jaime regresó a la luz y fue abrazado por sus seres queridos con el alivio de un suspiro casi interminab­le. Compartimo­s la alegría de ver rescatada una vida y la esperanza de la luz perpetua en una profesión amenazada, y por ende, revitaliza­da.

Entretanto, las historias continúan, algunas teñidas de rojo como las de la violencia interminab­le, mientras que otras brillan con el rosa de la esperanza. Hay relatos del espectácul­o político y otros de resignació­n o apatía. Sin embargo, son muchas más las historias que respiran esperanza, aquellas que comprenden que la sequedad llega a su fin con la lluvia inevitable, y que la oscuridad siempre cede ante el sol de la verdad, emergiendo de narracione­s bien contadas. Como bien decía Pellicer, al final del día, lo más importante son las flores, símbolos de la esperanza de saber que las cosas van a mejorar.

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