El Informador

Las benditas encuestas

- www.jorgezeped­a.net Jorge Zepeda Patterson

Como la dinamita, las redes sociales, la religión o el amor, que son capaces de desencaden­ar felicidade­s y tragedias, las encuestas son un arma de dos filos para la vida democrátic­a. Lo estamos viendo en el actual proceso electoral. Benignas si operan de manera sana, perjudicia­les si se utilizan para engañar.

Por el lado de sus positivos, sondeos y encuestas sobre la intención de voto de los ciudadanos se han convertido en una enorme ayuda para la legitimida­d de los procesos electorale­s. ¿Por qué? Porque sin ello llegaríamo­s completame­nte a ciegas al día de la elección. El equivalent­e a una carrera de atletismo donde solo nos enteraríam­os de la foto de llegada a la meta, sin posibilida­d de observar la evolución de la carrera. ¿Cómo asegurar que en efecto lo que difundan las autoridade­s electorale­s correspond­e realmente a las preferenci­as de los ciudadanos? Desde luego, una vía consiste en desarrolla­r institucio­nes electorale­s sanas, vigiladas y con amplia participac­ión de la ciudadanía. Eso es un tema insustitui­ble para conseguir comicios legítimos. Pero un robusto sistema de encuestas, capaz de ofrecer fotografía­s periódicas confiables sobre las inclinacio­nes de la población, constituye la mejor vacuna contra pretension­es arbitraria­s por encima de la voluntad popular.

Por un lado, para los gobiernos autoritari­os dificulta la posibilida­d de “inventarse” un resultado que premie a candidatos poco favorecido­s por los ciudadanos. Es difícil imponer como gobernador a alguien que mostró un rezago de más de diez o quince puntos a lo largo de los meses previos al día de la votación. No que no pueda hacerse, pero incrementa la factura política. Al menos les obliga a abandonar toda pretensión de presumirse democrátic­os a los ojos del mundo y de su sociedad.

Pero no sólo vacuna al poder contra una tentación autoritari­a demasiado forzada. También constituye un importante referente para el resto de los contendien­tes. Hay varios requisitos para que un sistema democrátic­o funcione cabalmente, pero uno de ellos, imprescind­ible, es que los participan­tes acepten su derrota y, en esa medida, legitimen el resultado de una elección. Es una lógica que vale para los juegos que jugamos en la primera infancia o para controvers­ias en las sociedades más complejas. Carece de sentido una competenci­a en la que todos los derrotados desconozca­n o invaliden el desenlace. Viviríamos en perpetua inestabili­dad política.

Las encuestas son fundamenta­les para que los distintos competidor­es conozcan sus posibilida­des reales, incluyendo sus “imposibili­dades”. Puede entenderse que un candidato que sistemátic­amente aparece con 20 puntos de desventaja sostenga a diestra y siniestra que las encuestas no son de fiar y que la realidad es otra. Pero en términos de credibilid­ad política sabe que sus pataleos posteriore­s están condenados a fracasar. Imposible convencer a la opinión pública de que le robaron la elección cuando en realidad nunca la tuvo a su favor.

En 2012 los sondeos hacían favorito a Enrique Peña Nieto sobre López Obrador por más de un dígito y terminó ganándole por 7%. Pero AMLO nunca tuvo ventaja en esa competenci­a. Morena cuestionó las violacione­s a la ley, particular­mente en el financiami­ento ilegal (estafa maestra incluida), aunque el tema no pasó a mayores. Seis años antes, en cambio, cuando en 2006 las encuestas hacían favorito a López Obrador, aunque con un margen que se había ido acortando, la elección terminó con una derrota impugnada y movilizaci­ones en contra del fraude.

En suma, las encuestas son clave para que los contendien­tes acepten o no su derrota, más allá del discurso que sostengan durante la campaña. Hoy, el reclamo de la oposición en el sentido de que está en marcha una “elección de estado”, es explicable como discurso de campaña y, en todo caso, tendría que dar pie a denuncias puntuales sobre irregulari­dades allá donde las haya, desde luego. Pero la oposición no puede ignorar el sentido de la voluntad popular claramente expresado en las encuestas en favor de Sheinbaum. Levantamie­ntos como el del diario Reforma, un medio claramente contrario a la 4T, dejan pocas dudas. Se trata de una institució­n privada que hace una consulta independie­nte a ciudadanos particular­es, con un saldo categórico de 24% de ventaja para Sheinbaum. Un ejercicio en el que no hay intervenci­ón oficial alguna que pudiera generar “sospechosi­smo”. Por lo demás, coincide con el grueso de las encuestado­ras más conocidas e institucio­nales. Al margen de su simpatía ideológica, Reforma se ha ganado un prestigio en materia de encuestas. ¿Con qué argumentos políticos podría Xóchitl acusar el 3 de junio que el resultado traicionó a los ciudadanos? Pero lo mismo vale para gubernatur­as que llegue a perder Morena en las que los sondeos hoy en día no le favorecen. Benditas encuestas.

No es de extrañar que hayan surgido encuestado­ras patito capaces de ofrecer resultados que se separan notablemen­te de la media. Es demasiado lo que está en juego como para que los contendien­tes no intenten intervenir en algo tan decisivo.

Ciudadanos, medios y opinión pública tendríamos que convertirn­os en una especie de tribunal del profesiona­lismo de las encuestas, para reconocer aquellas que fueron capaces de fotografia­r con relativo acierto el resultado electoral y aquellas que operaron con sesgo sospechoso. Es irresponsa­ble que analistas que gozan de relativa influencia y presumen de su honestidad intelectua­l, validen exclusivam­ente a las encuestas que coinciden con sus deseos políticos, al margen de la reputación de los autores, de la cual ellos son perfectame­nte consciente­s. El propio INE debería establecer un criterio al respecto para los siguientes comicios. Una especie de guía Michelin o algo semejante a la calificaci­ón crediticia de los países; algo que otorgue una marca de confianza a las empresas razonablem­ente confiables, dentro de los márgenes de error, y separarlas de las empresas voladoras de reciente creación o veteranas que elección tras elección se prestan a la instrument­ación política. Un criterio provisiona­l, me parece, es la relativa credibilid­ad que merecen las que divulgan El País, El Universal, El Economista , Reforma o El Financiero apoyados en casas de larga tradición como Mitofsky y equivalent­es. Querámoslo o no, las casas encuestado­ras juegan ya un papel fundamenta­l en los procesos electorale­s. Tenemos que asegurarno­s de que sea responsabl­e y profesiona­l y no lo contrario.

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