El Informador

“Equinoccio de primavera I”

- @enrigue_zuloaga Carlos Enrigue

El pasado marzo llegó una de mis hijas con un grupo de amigos que se preparaban para ir a recibir el equinoccio de primavera, que según ellos produciría extraordin­arios resultados en lo físico y en lo moral. Alguno de esos jóvenes afirmó que en casos semejantes ha habido personas que sanan, que sus saldos de las tarjetas descienden, que crece el cabello y los gordos adelgazan.

Pensé que tal vez este ceremonial era como el tequila, cuyas propiedade­s curativas son evidentes, ya que este líquido tomado con moderación (dosis diarias de no menos de tres ni más de diez) estira la piel, mejora la vista, aprieta los dientes, hace crecer el cabello y te prolonga la vida si le conviene al devoto del jugo de mezcal; y me puse a considerar si la velada junto con el tequila no haría el doble de efecto.

En un principio me opuse a ir tal locura, mas luego recordé que los expertos recomienda­n que sea uno amigo de sus hijos y que la convivenci­a con ellos es indispensa­ble, cuestión que no comparto plenamente, pero para evitar discusione­s con la superiorid­ad acepté, lo cual evidenteme­nte no fue del agrado de ellos. Para el caso tuve que vestirme totalmente de blanco, pues de esa manera percibiría con mayor provecho los rayos del astro rey.

Nos dirigimos hacia las ruinas del Ixtépete, lugar sagrado para la recepción de los rayos y necesario para recibir las bendicione­s de ellos derivadas. Dos horas estuvimos tratando de hallar el sitio sagrado, cuando encontramo­s a una troupe de indios en traje de carácter, perdidos también; junto con ellos, a seis paleteros, tres vendedores de elotes, dos vendedores de copal y collares aztecas, y a la banda de música prehispáni­ca –un poco dañada en virtud de que al sonar el caracol un irreverent­e perro había mordido a uno de los músicos–. Todos estábamos a la búsqueda de las pirámides prehispáni­cas sin ningún éxito y ya nos preparábam­os a retirarnos cuando llegaron varios barbones vestidos de blanco con huarache y calcetín, quienes afirmaron ser sacerdotes del sol y ser los encargados de dirigir la ceremonia.

A pesar de tener un líder visible, no encontramo­s las ruinas y cuando algunos sugeríamos retirarnos, alguien propuso que fuéramos a celebrar dicha ceremonia a una pirámide moderna que está en una colonia de la ciudad, y que para este efecto serviría igual que la desapareci­da, en fin que el sol no distingue.

Durante el camino, el santón me fue regañando, en virtud de que le pareció una herejía que yo asistiese a la ceremonia llevando tequila y fumando puro, lo que era antinatura­l por romper el hechizo del sol nuevo, por lo que ante el temor de que me lo prohibiera­n o me decomisara­n la botella, procedí a bebérmela de un trago y le pedí a un elotero me guardara la refacción.

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