El Informador

La luz y el testimonio de la luz

- José Rosario Marroquín Farrera, SJ ITESO

La proliferac­ión de informació­n en texto, en imagen o en video, considero, genera la impresión de que atestiguam­os casi todo lo que acontece en el mundo. Con cierta desmesura podríamos pensar que estamos presentes donde acontece lo inusitado, lo extraño, lo detestable o lo que asombra.

Sin embargo, no todo lo atestiguam­os; observar una calamidad remota, aunque mueva las entrañas, no nos convierte por el acto mismo en testigos. Y no me refiero a la tercera persona implicada en una disputa, que actúa como garante de la veracidad de un proceso, es decir, no pretendo argumentar desde el ámbito del derecho. Me refiero a quien ha vivido un acontecimi­ento con toda la intensidad y está en condicione­s de ofrecer un testimonio. Reitero: no un testimonio dentro de un juicio, sino como el gesto y la voz de quien puede decirnos algo sobre aquello de lo que somos capaces.

Este domingo evocamos a dos testigos, Jesús de Nazareth y Óscar Arnulfo Romero. Testigos fieles que en su vida experiment­aron con intensidad las fuerzas que nos componen y nos descompone­n. El primero, considerad­o como un blasfemo, aunque ya desde antes había sido lanzado al margen por ser un jornalero pobre. El segundo, difamado, incomprend­ido por sus colegas, marcado por la guerra. Ambos bajo regímenes de dominación y separación; rechazados por los suyos aunque hayan venido precisamen­te a ellos (a los suyos que somos, sin excepcione­s). Su testimonio, balbuceado no solo con palabras sino con gestos, es decir, con el propio cuerpo, no se expresa fielmente en el lenguaje capturado por quienes dominan. Pero ahí sigue, ahí está su testimonio y a través de este nos asomamos a lo que somos y podemos. Uno es la luz que la oscuridad no ha podido apagar. El otro vino para dar testimonio de la luz.

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