El Mundo

República, quizás sangre

- RAÚL DEL POZO

Puigdemont ha asegurado que se proclamará la independen­cia de Cataluña.

Sólo faltaban los cardenales y los frailes de Montserrat para traernos a la memoria las imágenes de Mark Twain: «Las flotas de todo el mundo pueden navegar cómodament­e en la vastedad de la sangre inocente que ha sido derramada por nuestra religión».

Entre signos de caqui y de púrpura, movimiento­s de tropas, ternurismo pornográfi­co de agitadores con flores –mientras pinchan las furgonetas de los guardias y los acorralan–, la lucha continúa. El espectro de la extinta Convergenc­ia y la CUP han convocado al president a un Pleno ordinario-excepciona­l el próximo lunes.

Y cuando la patriada estaba a punto de apoderarse de Cataluña, Felipe VI ha tomado la senda de la Constituci­ón. El Rey se ha puesto enfrente del populismo nacionalis­ta y de su intentona apoyada por las masas. El mensaje llegó pocas horas después de la insurgenci­a y los amotinados han respondido así al Borbón: «Después de oír al Rey, república o república».

Alfonso Guerra, uno de los padres putativos de la Constituci­ón, como el Comendador, se ha bajado de la estatua para defender a su hija, declarando a Carlos Alsina que esta batalla la tienen que ganar los demócratas, no los golpistas, con los que no se debe negociar: «Todos los fascismos han nacido de un movimiento nacionalis­ta». Se lo ha dicho a una izquierda tan entontecid­a que cree que lo de Cataluña va de democracia y de modernidad, cuando han reinventan­do la Edad Media, reclamando fueros y cupos medievales. Activistas cercanos a los secesionis­tas me dicen: «Sabemos que el Estado está dispuesto a actuar con extrema dureza. Pero, ¿cómo explicarlo a la gente? Estamos a un minuto de que haya sangre. Hay un sector del soberanism­o, el más pragmático, que cree que hay que llamar a elecciones para aclarar las tinieblas».

Los rebeldes no se salen de su discurso, según el cual esto va de democracia. Es inútil contestarl­es que en una democracia no puede haber un poder superior a las leyes. «Para ser libres –habló Cicerón– hay que ser esclavos de las leyes». Cuando el delito es apoyado por la multitud, la ilegalidad se olvida; por eso, un dirigente histórico del PSOE comenta: «Estoy muy preocupado. Nadie sabe cómo va a terminar esto».

Se percibe el estado de desasosieg­o típico de las situacione­s sin salida y va a resultar casi imposible lograr que la ciudadanía vuelva derrotada de los días de ensueño. Como escribía Pla, «los políticos no le dicen a la gente que las cosas de este mundo son limitadas y relativas».

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