Aquí España, la patria de las ‘manifas’
Las dos Españas vuelven a la gresca. Perdón por lo de España, pero no encuentro otra palabra que se le parezca más y no ofenda a nadie. Llegado el caso, podría pronunciarla, pero nunca escribirla. Y si fuera una circunstancia obligada, entonces escribiría Estado o país, aunque la palabra país lleva a confusiones. Pla tenía la costumbre de llamar país a Cataluña y a mí se me acabó contagiando.
Aquí me tienen, pues, de vuelta a España. Han pasado muchas cosas desde que no acudo a la cita con esta contraportada. Fui al Ampurdán, donde mis ojos se acostumbran a las esteladas como en Tánger se acostumbran a la inmensidad del mar. Contra lo que piensan algunos, el Ampurdán es un lugar apacible y si voy a comprar una sandía en la tienda, no me insultan ni me hacen cantar Els segadors.
Las guerras entre esteladas y rojigualdas siempre se han saldado a favor de las primeras. La razón: el uso bastardo que se ha hecho de la rojigualda en los últimos 50 años. Ahora está cambiando. Los comercios reciben género nuevo y la bandera española se está vendiendo como churros.
Hoy domingo se celebra en Barcelona una manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana, que a buen seguro se poblará de banderas españolas (para hacer causa) y
senyeres (para hacer equilibrio). Aunque estas cosas se sabe cómo empiezan pero nunca cómo terminan. A la manifa de hoy se han sumado PP y Ciudadanos, más el PSC, así como varias plataformas cívicas, como la de las marquesas. Crucemos los dedos. De ser cierto que llegan trenes y autobuses cargados de pijos (tiesos), la manifa puede acabar en una película de Berlanga.
En fin. Daremos por buena la convocatoria porque conviene neutralizar a las centurias cuperas, pero con cuidado. Los pijos (incluidos el conde de Godó y quienes lo quieren desalojar de la nobleza por traidor –véase LOC–) enseguida se ponen estupendos y echan de menos Flandes. Ay, el dichoso nacionalismo español.
En la atmósfera flota el espíritu de Santi Vila, el conseller de Empresa, que desea poner un poco de calma al procés (pide un alto el fuego). También flota el del hombre que ha protagonizado una de las historias más turbias y ruines de la Cataluña contemporánea: Artur Mas, autor de la frase: «Catalunya no está preparada para la independencia». Él sí que no está preparado.
Y de Mas, que en realidad es menos, a Junqueras. Él es la prueba de que en el Govern no existe unidad de criterio. Puigdemont da un paso hacia delante y Junqueras, dos hacia atrás. Salta a la vista (con perdón) que no se llevan bien. Por razones biográficas, Junqueras está más próximo a la Iglesia que el president-periodista. Fue precisamente Junqueras el que pidió ayuda in extremis al cardenal Omella (el nuevo Tarancón).
La Iglesia hace aguas por la falta de vocaciones. Pero, mientras en el resto de España a los curas los trasladan de un lado a otro, en Catalunya la cuestión lingüística (hay que dar las clases de Religión en catalán) mantiene bloqueada la movilidad.
Los curas agitadores no son ninguna novedad. Lo que constituye una novedad son los curas indepes. Sin embargo, los verdaderos agitadores son los Jordis: Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, dirigentes de Òmnium Cultural y ANC, dos instituciones que empezaron rezumando cultureta y han terminado mostrando el viejo rostro de los comisarios políticos los Jordis son esbirros del poder: fomentan la delación, premian la fidelidad y mantienen un férreo control de los indepes. Para su política de captaciones han recurrido a las estrategias más burdas de márketing, utilizando métodos propios de las operadoras de telefonía móvil.
A propósito de la cultura y la cultureta: con CaixaBank se va uno de los pilares de la cultura catalana del último siglo. Desde mucho antes de la llegada de la Democracia, la Caixa fue un enorme Òmnium que ilustró la vida de todos los catalanes con libros y discos.
Mas se equivocaba al decir que los bancos no se irían de Cataluña ni locos. El que debería marcharse es él. Por mentiroso.