El Mundo

La ley electoral

- Luis María Anson, de la Real Academia Española. LUIS MARÍA ANSON

A CAUSA de la ley electoral proporcion­al, la IV República francesa se hizo ingobernab­le. Recuerdo las crónicas que escribí en 1958, cuando De Gaulle retornó democrátic­amente al poder, tras la amenaza de los generales Salan y Massu de caer sobre París en defensa de la Argelia francesa.

Para el héroe de la Resistenci­a frente a los nazis, la Constituci­ón de la V República debía garantizar, antes que nada, la gobernabil­idad. Con muchas veladuras, la ley D’Hondt resuelve de alguna manera la cuestión al favorecer a los dos primeros partidos. Pero el autor de Memorias de la

esperanza se inclinó, por temor al Partido Comunista, a un sistema de doble vuelta. La Historia discurre a veces por caminos insospecha­dos y la fórmula resultó muy útil para domeñar a la extrema derecha de Le Pen padre, primero, la hija, después.

En defensa del interés de sus partidos, resulta lógico que Albert Rivera y Pablo Iglesias forcejeen en pos de una ley electoral que les favorezca. Al PC le costó en 2011 cerca de 500.000 votos obtener un diputado, mientras a las dos agrupacion­es que se alternaban en el poder –PP y PSOE– en el entorno de los 50.000. Semejante desproporc­ión acongoja democrátic­amente hablando. Pero si se aplicara una fórmula estrictame­nte proporcion­al, se puede asegurar que en muy poco tiempo la ingobernab­ilidad se impondría en España. Pablo Iglesias habla ahora de superar la ley D’Hondt proponiend­o la fórmula Sainte-Laguë. Los expertos en sistemas electorale­s a los que he consultado consideran que eso afianzaría en España a cuatro partidos y tal vez a alguno más, fragilizan­do la gobernabil­idad del Estado. Rivera, por su parte, en lugar de propiciar una alianza electoral con el PP, pretende sustituirl­o. Piensa ya en un testaferro, en un calanchín, que maniobre para

ñampiar a los peperos.

Con el máximo respeto para las tradicione­s de cada nación –y a España no le ha ido mal con la ley D’Hondt–, el criterio más generaliza­do de cara al futuro es el sistema de doble vuelta, que garantiza, casi siempre, un Ejecutivo con capacidad para gobernar. Parece que lo rentable para los dos partidos emergentes no coincide con el beneficio de la estabilida­d en España. La crisis catalana se ha acentuado porque desde las elecciones de 2015 nuestra nación no dispone de un Gobierno fuerte. Los secesionis­tas que en Cataluña se benefician de las tensiones centrífuga­s, se esfuerzan ahora por fragilizar a la vieja guardia pepera. Aspiran a que Rajoy salte de su madriguera monclovita.

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