El Mundo

Asensio, alma blanca

FÚTBOL. El Madrid se recompone gracias a dos acciones y asistencia­s del balear, cambio clave de Zidane / Cristiano, bigoleador / El PSG se adelantó y dominó en la segunda mitad

- ORFEO SUÁREZ MADRID

La copia del Madrid pasó por el Bernabéu, con su dinero, con sus vips, con su tridente y con su divo. En el

copyright, sin embargo, hay intangible­s que no tienen nada que ver con eso, sino con las decisiones y con las emociones. En el precipicio, las de Zidane fueron mejores que las de Emery, porque lo único que le quedaba era saltar, y para ello nadie mejor que Asensio, capital en los dos goles que le dan al Madrid la prueba de vida camino de París. A Emery se le puso escapar el desenlace, es cierto, pero la realidad es que el destino no le quiere como al Madrid. Ni a él, ni a nadie. Tras lo sucedido en el Camp Nou la pasada temporada, le toca preparar la vuelta sin comprender lo que ha pasado en el Bernabéu.

Asensio tomó la izquierda, vertical, profundo. Enderezó el mástil de la bandera blanca, pero no la de la tregua, sino la del Madrid, la de la guerra. Una llamada a no retroceder, sino a avanzar. Primero encontró a Cristiano, afortunado por el rechace del portero; minutos después, realizó una pared con Marcelo que acabó, de nuevo, con el balón en la red de Areola. El rostro de los rivales era el de niños perdidos en un supermerca­do. Neymar vestía de blanco.

En el arranque, en cambio, fue distinto. El entrenador más intuitivo se puso táctico y el más táctico se rindió a la jerarquía o al talento. Son formas de verlo. Zidane dejó a Bale en el banco para cerrar el centro del campo con un cuatro hombre, Isco. Emery ni se lo cuestiona, y es posible que tampoco lo haría el francés si la forma de sus atacantes fuera comparable a la del tridente del PSG. Hoy, no es así, pese a la victoria, por lo que el Madrid partió con la intención de jugar y no de entregarse a un puro intercambi­o de golpes, frente a Neymar, Mbappé y Cavani. Necesitan poquísimo para percutir. No es casual que la primera vez que se encontraro­n, llegara el gol. Mbappé puso el desborde y el centro, Cavani contribuyó con el engaño y Neymar envolvió en celofán el tanto para Rabiot con el tacón. De lujo.

Frente a esa livianidad mortal, Cristiano había mostrado desajustes notables en su arma, al disparar a la cara de Areola o alto. El punto de penalti lo redimió sobre la campana, y el segundo tanto lo dejó en su lugar, el trono, pero algunas comparacio­nes empiezan a ser dolorosas.

Para Emery no existía debate en cuanto al dibujo inicial, porque la alineación empieza por los tres de arriba, y de esa forma todo concluye en un 4-3-3. Cuando lo cambió, curiosamen­te, cayó, hecho no habrá sido bien interpreta­do por Al-Khelaifi. Todos los dueños, o presidente­s, son iguales. El técnico vasco, en cambio, si movió piezas, al colocar a Kimpembe en lugar de Thiago Silva, y a Lo Celso en el mediocentr­o. Dos futbolista­s muy jóvenes, de 22 y 21 años, respectiva­mente, en puestos estructura­les. Mejor el central, penoso el centrocamp­ista, que provocó una falta sobre Isco muy peligrosa y el penalti al entorpecer la entrada de Kroos en el área con la mano en su hombro. Si la intensidad fue suficiente o no, es ya menos importante que la torpeza del futbolista, un riesgo constante para el PSG. Los franceses se quejaron del colegiado Rocchi. Razones tenían, porque los errores del árbitro les perjudicar­on, pero eso no explica todo lo que les sucedió.

Fue Verratti quien se multiplicó en las ayudas defensivas allá donde el PSG era más vulnerable y donde el Madrid quiso jugar desde el inicio, con una presión altísima e intensidad en el movimiento del balón. En esa fase fue distinguib­le Marcelo, uno de los futbolista­s que mejor responde a los estados emocionale­s, que se echa al monte sin mirar atrás. El Madrid necesitaba su empuje, su fe, merecedora del último gol y del abrazo de Zidane, pero inicialmen­te le sacó poco partido en producción de ocasiones. También Isco. Del Madrid era la pelota, pero no el vértigo, que lo proponía Neymar, aunque demasiado pendiente de sí mismo.

El brasileño empezó por los suelos, derribado por sus rivales o por sí mismo. Se cargó con una tarjeta y abusó de la individual­idad en situacione­s en las que Cavani estaba en posición de recibir, pero poco le importa. Es un divo y le gusta serlo, pero es valiente y la autoestima que tiene es proporcion­al a su velocidad.

La igualada no anticipó un Madrid vertiginos­o después del descanso. Lo contrario, empezó el tiempo en el que el PSG se sintió más cómodo y dio un paso adelante para invertir los papeles. El gol que había conseguido era un tesoro y la situación le permitía jugar con la ansiedad del Madrid, que pudo desbordars­e si el colegiado hubiera visto cómo la mano de Sergio Ramos intercepta­ba un disparo.

Emery, entonces sí, retiró a Cavani para pasar a un 4-4-2, protegerse y lanzar a Neymar y Mbappé. Zidane sustituyó a Benzema por Bale y más tarde puso en el campo a Asensio y Lucas Vázquez. El balear encontró el cambio de ritmo que la situación exigía. París espera con cosas por decir, pero en Europa nadie las dice como el Madrid. Por ahora.

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