El Instituto Cervantes acoge 150 imágenes del gallego errante que retrató con talento y delicadeza a hombres ilustres y a los más menesterosos
fuera la iba aumentando. En Buenos Aires retrató a Oliverio Girondo y Norah Lange. La foto de Girondo ya es icónica, se ha reproducido incontables veces.
Hay un momento clave en la trayectoria de Pestana, que es su mudanza a Lima en 1957. El azar quiso que conociera a Esteban Pavletich, a quien retrata en pose de Ciudadano Kane, y este viera de inmediato el talento del recién llegado y le propusiera encargarse de la gráfica de El Peruano, el Boletín Oficial del Perú que los domingos se llenaba de imágenes. Eso permitió a Pestana conocer a los escritores y artistas peruanos, y es emocionante pensar que, aunque su cercanía a la élite política le hubiera permitido convertirse en poco menos que retratista oficial de potentados, políticos y militares, prefirió distinguir entre las fotos que hacía para ganarse la vida y las fotos que hacía para vivir: es ahí donde comienza su impresionante galería de retratados, fotografiando a autores y artistas que empezaban a despuntar. El ojo vaticinador de Pestana apenas se equivocó. Retrató a unos jóvenes Julio Ramón Ribeyro o Vargas Llosa, retrató a maestros como Arguedas o Hidalgo, artistas como Teresa Burga o Szyslo, retrató a Blanca Varela y a tantos y tantos otros, hasta merecer el calificativo de «cronista de la generación del 50», la más importante de las del Perú.
Pero, además de esa galería de retratos, crecía paralelamente su obra de calle: en esta retrospectiva el aporte de las fotovisiones de ciudad de Pestana me parece indispensable para que se aprecie la condición de fotógrafo total del autor. Ya había fotografiado el pulso de la Buenos Aires de los 50, y también fotografió la Lima de los 60 como más tarde fotografiaría el París de final de la década, consiguiendo alguna imagen icónica, como una en la que una muchacha se enlaza a los brazos de dos policías para significar la tregua en la guerra entre la juventud y la autoridad competente.
Pestana no buscaba tanto el instante decisivo que bautizó Cartier–Bresson, su maestro, sino más bien esas escenas que de tanto repetirse y formar la cotidianeidad de una ciudad encapsulan de alguna manera su espíritu. Fijaba su atención sobre todo en niños y mujeres. Buscaba las ventanas, como ese espacio que comunica los mundos particulares con el discurrir público. Consiguió algunas piezas magistrales. También como fotógrafo social se asomó a la miseria. Pero no se espere en Pestana el retrato espectacular de la pobreza: la suya es una mirada que más que compasión se propone destacar la dignidad de quienes padecen unas condiciones de vida indignas. Lo indigno son las condiciones, nos dicen sus fotos, no quienes las padecen.