El Mundo

Lo que he visto y lo que nunca vi

- ALBERTO ROJAS

Yo vi cómo los miembros de una ONG hacían frente, casi en soledad, a la peor epidemia de ébola de la Historia mientras doctores y enfermeras morían o huían dejando a los pacientes a merced de la muerte. Fue en Guinea, durante el verano de 2014, con más de 6.000 fallecidos y el brote fuera de control. Los aviones iban vacíos y volvían cargados de expatriado­s, pero los trabajador­es de Médicos Sin Fronteras resistiero­n al pánico y, gracias a un despliegue sin precedente­s en los tres países más afectados (Liberia, Guinea y Sierra Leona), salvaron decenas de miles de vidas y contuviero­n un virus que saltaba de país en país.

Yo vi cómo los miembros de una ONG salvaban vidas en el canal que separa Lesbos de Turquía con dos motos de agua, una lancha y unos cuantos socorrista­s en tierra. Durante el año 2015 cientos de miles de personas cruzaron el Egeo a plena luz del día sin que ninguna autoridad impidiera el tráfico de personas al aire libre y sin que ninguna otra evitara que expusieran sus vidas al peligro de un hundimient­o. Ni la viral foto del niño Aylan Kurdi cambió las cosas. Sólo un grupo de voluntario­s, la mayoría de Proactiva Openarms, ayudó a estas personas refugiadas en las playas.

Yo vi cómo los miembros de una ONG se jugaban todos los días la vida para luchar contra el hambre y las enfermedad­es de los niños entre las ruinas de Mogadiscio, desafiando a la guerra civil somalí y a los señores de la guerra. En el campo de desplazado­s de Sigale, un agujero negro de tiendas de trapos entre las ruinas de la ciudad, un grupo de trabajador­es de Save The Children pesaba a los niños, medía el contorno de sus brazos, hacía pruebas de malaria y repartía sobres terapéutic­os con el sonido de fondo de las ráfagas de AK47 o las bombas de Al Shabab.

Yo vi cómo los miembros de Unicef levantaban un colegio en medio del desierto de Chad para que los hijos de los nigerianos huidos de Boko Haram pudieran ir al colegio. Como este centro se habían levantado otros 1.200 por todo el país. Cada día dos guardias de seguridad tenían que poner en fila a todos los pequeños y registrar uno por uno para ver si llevaban una bomba adosada a su cuerpo. Los colegios son el principal objetivo de esta organizaci­ón yihadista.

Yo vi cómo un grupo de profesiona­les humanitari­os desafiaba a diario el peligro de la guerra del Congo para atender a mujeres violadas. Era el año 2012 y la zona, cerca de la frontera con Burundi, estaba fuera de control. Todas las mujeres desde las niñas hasta las ancianas habían sufrido algún episodio de violencia sexual a lo largo de su vida. La insegurida­d era palpable y los grupos armados no tardaron en matar a los guardias y asaltar la base y el hospital de esta ONG. Con un empeño que rozaba la tozudez, el centro volvió a abrir poco después y siguió atendiendo a las mujeres que llegaban cada noche.

Yo vi cómo trabajador­es de Oxfam repartían, en plena guerra civil centroafri­cana, útiles de cocina e higiene para miles de desplazado­s en el campo de Bimbo, junto a la capital de República Centroafri­cana, y les levantaban unas letrinas y les construían un pozo. Ese esfuerzo suponía algo de dignidad para estas personas en medio del desastre humano que se extendía por la ciudad a golpe de machete. La organizaci­ón lleva trabajando muchos años en este emplazamie­nto tan poco sexy para las ONG, tan sometido al peligro constante y tan fuera de foco en las noticias.

Nada de esto me lo ha contado nadie. Lo vi yo mismo. No soy socio de ninguna ONG, pero lo que nunca vi en ocho años de coincidir en el terreno junto a ONG como reportero es a nadie contratand­o prostituta­s para hacer orgías «dignas de Calígula». -

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