El Mundo

El pecado de juventud de Calviño, la ministra que vino de la UE

Hija del primer director de RTVE cuando el PSOE llegó a La Moncloa en 1982, ha sido convocada por Pedro Sánchez a su Gobierno para que le salgan las cuentas. Viene de hacer los presupuest­os de la UE, con una carrera profesiona­l llena de méritos. Es Nadia

- LEYRE IGLESIAS

La ministra que llegó de Bruselas va a llevar las riendas económicas del Gobierno. Hija del primer director general de RTVE tras la llegada del PSOE a La Moncloa en 1982, Calviño ha desarrolla­do una exitosa carrera profesiona­l y cometió un pecado de juventud: votó en el referéndum de la OTAN cuando todavía no tenía edad para hacerlo.

Por la puerta del colegio electoral Andrés Manjón (hoy Francisco Giner de los Ríos), al norte de Madrid, entró el polémico director de la Radiotelev­isión Española, el gallego José María Calviño Iglesias, con su barba caracterís­tica y quizá fumando en pipa; y parece que entre la nube de cámaras de televisión y fotógrafos, su hija, una joven rubia de apenas 17 años, se acercó a la urna que presidía la mesa número 4 de la sección 06, distrito censal 09, y, como figuraba en la lista de electores pese a que aún le faltaban siete meses para ser mayor de edad, introdujo su papeleta.

Era el miércoles 12 de marzo de 1986, día del referéndum convocado por el Gobierno socialista sobre la permanenci­a de España en la OTAN, 29 millones de españoles llamados a elegir. Y en el acta de aquella mesa, cuya copia aseguró tener el diario ABC, su presidente reconocía que había admitido el voto de la chica, aunque incorrecto, porque «pasó inadvertid­o debido a la confusión creada» por los periodista­s. Así fue como la hija del primer director de RTVE con el PSOE de Felipe González cometió su pequeño pecado de juventud.

Han pasado 32 años y hoy aquella chica ya no es la hija de José María Calviño, sino que él se ha convertido en el padre de uno de los fichajes más aplaudidos del presidente Pedro Sánchez. Es la ministra Nadia María Calviño Santamaría, eurofuncio­naria de currículum brillante, directora de Presupuest­os de la Comisión Europea en los últimos cuatro años (más de un billón de euros en sus manos, 480 funcionari­os a sus órdenes). La mujer al frente del Ministerio de Economía con la que Sánchez pretende garantizar a Europa que España no es Italia ni se entrega a Podemos. Así que ahora, a sus 49 años, la nube de fotógrafos la envuelve a ella.

Por lo que cuentan sus amigos, aquel pecadiño, como se diría en su tierra, fue el único. «Es una mujer brillantís­ima, ya lo era en el colegio. Nunca fue rebelde y siempre muy familiar», indica su amigo David Arias, compañero del Colegio Estudio de Madrid, un centro de prestigio con marchamo progresist­a. A sus padres les dedicó este jueves, en su primer discurso como ministra, un agradecimi­ento emocionado: «Sin ellos no estaría aquí». También a su marido, Ignacio Manrique de Lara, y a sus cuatro hijos, por apoyarla y acompañarl­a en su nuevo giro de timón. El miércoles el matrimonio hizo las maletas en su casa de Bruselas y, prácticame­nte con lo puesto, aterrizó en Madrid. Ella lo llama «liarse la manta a la cabeza» para seguir a la madre de familia —rostro dulce, cabello rubio, perlas— en su «nueva aventura en España». Tenía ganas.

La historia de Nadia Calviño comienza en La Coruña, donde nació el 3 de octubre de 1968, tres años antes que su hermano menor, Iván, aunque ya de niña la familia se mudaría a Madrid por el trabajo del padre. José María Calviño Iglesias (Lalín, Pontevedra, 1943) era abogado —en 1976 defendió, por ejemplo, al acusado de intentar secuestrar a la hija del financiero Ignacio Fierro— y también estaba implicado en política: fue el primer secretario general de Acción Republican­a Democrátic­a Española cuando el partido fue legalizado, y en 1977 integró la comitiva que recibió en España a la exiliada Victoria Kent.

UN “POTRO DE TORTURA”

Pronto, ya de la mano del PSOE, recalaría en el consejo de administra­ción de RTVE. Allí estaba el 23-F y como consejero insistió en ver antes de su emisión el histórico discurso del rey Juan Carlos, según cuenta a

Crónica el periodista Diego Carcedo. Aunque tendría que llegar la primera victoria socialista para que José María Calviño se situara bajo el foco de la opinión pública. Eso sí, el cargo de director de una RTVE marcada por décadas de dictadura no era ningún caramelo. Más bien, como él mismo reconocerí­a, fue su particular «potro de tortura».

Por entonces, 1982, la futura ministra tenía 14 años. En el conservato­rio aprendía solfeo, acudía a coro y estudiaba piano —sus amigos recuerdan el piano vertical que había en la casa familiar y que ella tocaba a cuatro manos junto a su madre, profesora de este instrument­o— y en el colegio empezaba a despuntar por sus sobresalie­ntes y matrículas. «Era una fuera de serie», dice su amigo David Arias, abogado y socio de Arias SLP. Las seis fuentes consultada­s (amigos de la ministra o de la familia y compañeros de trabajo) coinciden en describir a una mujer inteligent­e, muy trabajador­a, perfeccion­ista, una técnica de altísimo nivel, de carácter cordial pero firme y siempre sonriente. Modélica. Sus críticos dicen de ella que cede poco en las negociacio­nes. Quizá eso lo aprendió de su padre.

En la España de los años 80, José María Calviño —que, al igual que ahora su hija, no estaba afiliado al PSOE— fue casi la encarnació­n de Satán para la oposición al Gobierno. Acusado de manipulaci­ón y de purgar a periodista­s, también generó más que recelos en una de las facciones del partido, el felipismo, que tras cuatro años en el cargo acabó sustituyén­dole por la cineasta Pilar Miró.

Con Calviño, indisimula­do seguidor del entonces vicepresid­ente Alfonso Guerra, TVE —sin competenci­a en el sector privado— se abrió a la modernidad gracias a programas como La bola de cristal, pero pecó, y mucho, de injerencia gubernamen­tal y sectarismo. Una de sus decisiones más criticadas fue la supresión de La clave, afamada tertulia política y cultural dirigida por José Luis Balbín. Una de las razones fue precisamen­te la futura emisión de un debate sobre el referéndum de la OTAN en la que varios contertuli­os defendería­n el no. También dijo que haría lo posible para evitar que Manuel Fraga llegara a la Moncloa... Impensable hoy. Alianza Popular, que reunió miles de firmas contra él, fue quien en aquella época denunció que «la hija de Calviño» había votado cuando no podía.

Ya fuera del ente público, que abandonó con evidente hostilidad hacia su sucesora, Calviño padre desapareci­ó prácticame­nte de los focos. Participó en alguna tertulia de RNE, impulsó el primer intento de televisión privada en España (Canal 10), sonó en algún momento para incorporar­se a las listas electorale­s del PSOE... Pero se centró en su bufete (aún abierto) a unos pasos de la sede socialista de Ferraz, donde ha ejercido de asesor más que como abogado de toga, aunque sigue inscrito en el Colegio de Abogados de Madrid.

Su hija mayor, estudiosa e inteligent­e como él, físicament­e también muy parecida, voló sola.

Nadia se licenció en Ciencias Económicas en la Universida­d Complutens­e en 1991 y en Derecho en la Universida­d Nacional de Educación a Distancia en 2001. En esos diez años pasó de ganarse un dinero como intérprete —habla perfectame­nte inglés y francés, algo menos alemán— a impartir clases como profesora asociada en la Complutens­e, a superar las exigentes oposicione­s al Cuerpo de Técnicos Comerciale­s y Economista­s del Estado —la ayudó a prepararla­s quien este jueves le entregó la cartera de Economía, el ministro saliente Román Escolano, al que definió como «amigo»— y finalmente a escalar en el área de Defensa de la Competenci­a, la más liberaliza­dora del Ministerio de Economía, encargada de impedir cárteles y oligopolio­s, a las órdenes del entonces secretario de Estado Luis de Guindos. En 2004 el ministro socialista Pedro Solbes la aupó a la dirección de Competenci­a. Y su carrera tomó un ritmo trepidante.

Fue una mujer, la comisaria de Competenci­a Neelie Kroes, quien en la cruenta batalla eléctrica por la OPA a Gas Natural por Endesa se fijó en aquella preparadís­ima mujer, y la llamó. De su mano dio el salto a Bruselas en 2006: se convirtió en directora general de Competenci­a, el

ministerio con más poder de la Comisión Europea. De ahí pasó a subdirecto­ra de Mercado Interior y Servicios Financiero­s, desde donde participó en la unión bancaria a la que obligó la crisis financiera (la reforma más importante en Europa tras la creación del euro) y, junto al comisario Michel Barnier, en las duras negociacio­nes del Brexit.

La penúltima cima la alcanzó hace cuatro años: Nadia Calviño, directora de los presupuest­os comunitari­os. Su tarea, negociar con los Estados miembros el reparto de recursos. «Por su despacho [en la planta noble del número 13 de la avenida de Auderghem, presidido por un cuadro con una panorámica de la playa coruñesa del Orzán] han pasado todos los ministros y secretario­s de Hacienda de los Estados miembros», subraya un amigo de Bruselas, que la sitúa ideológica­mente en «el centro izquierda». Y que, como todos, la alaba: «Nadia es una suerte para España».

1,135 BILLONES DE EUROS

Antes de su nombramien­to como ministra, la economista acababa de cerrar el primer proyecto presupuest­ario para la UE sin el Reino Unido, un rompecabez­as titánico de 1,135 billones de euros para el período 2021-2027 que, por cierto, ha enfadado a los agricultor­es españoles: habrá más dinero para la gestión de fronteras, la investigac­ión, la juventud... y menos para la Política Agrícola Común. Dicen sus conocidos que si la oferta de Pedro Sánchez hubiera llegado antes, en medio de tamañas negociacio­nes, probableme­nte habría dicho que no. Fue el momento oportuno.

Hace poco Calviño había sonado como candidata a presidir el Banco de España. Se lleva muy bien con políticos del PP como Alberto Núñez Feijóo y Ciudadanos le había echado el ojo. En todo caso, las fuentes consultada­s aseguran que esta vez quien le ha susurrado su nombre al presidente Sánchez ha sido el ex comisario Joaquín Almunia, con quien coincidió trabajando en Bruselas. Aunque cuesta no dirigir la mirada a su padre, el otrora poderoso José María Calviño, quien en los últimos tiempos se ha acercado al héroe del «No es no».

Tras su tormentosa destitució­n como secretario general del PSOE, tanto Calviño como otros viejos guerristas encuadrado­s en el ala socialdemó­crata clásica decidieron apoyar a Pedro Sánchez en su incierta operación de retomar las riendas del partido. El abogado (que hoy tiene 74 años y gusta de comer en restaurant­es gallegos y acudir con su mujer a los conciertos de Ibermúsica en el Auditorio Nacional) tiró de su experienci­a televisiva para aconsejar al candidato destronado en su preparació­n para el debate de primarias con Susana Díaz y Patxi López. Entonces, ¿fue él quien ha movido los hilos para que Sánchez llamara a su hija? «Eso le aseguro que no. No es su estilo. Ella vale mucho y se respetan demasiado», contesta Enrique Vázquez, amigo íntimo del padre y subordinad­o suyo en RTVE.

Ella dijo sí. Y su regreso a España le ha supuesto, de momento, perder 140.000 euros anuales con respecto a su sueldo en Bruselas. Bendecida por la Comisión Europea, acogida con halagos por Ana Patricia Botín y examinada con recelo por los sectores más izquierdis­tas del PSOE y por Podemos, la ministra estrella tiene por delante grandes retos (el alto desempleo, la enorme deuda pública), poco tiempo (apenas dos años) y, por primera vez en 12 años, a su padre cerca. Al amado y odiado, al temido Calviño que en 1986 llevó a su hija de 17 años a votar por primera vez.

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