El Mundo

Sánchez prescinde de Huerta tras conocerse su fraude fiscal

El presidente se resistía a destituirl­e, pero dirigentes próximos le convencier­on El ex ministro se va cargando contra los medios: «Para que la jauría no rompa este proyecto», dijo

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Antes de las 8:00 de la mañana, se encendiero­n las alarmas en el Palacio de La Moncloa. Pedro Sánchez había constituid­o sólo seis días antes un Gobierno proclamand­o que sus señas de identidad eran la limpieza y la ejemplarid­ad. Todo después de una moción de censura presentada tras la condena por corrupción al PP.

Menos de una semana después, el diario digital El Confidenci­al desvelaba que Màxim Huerta, el ministro de Cultura, había defraudado a Hacienda 218.322 euros a través de una sociedad creada para pagar menos impuestos. Además, intentó colar a Hacienda 300.000 euros en gastos entre los que incluía una casa en la playa. No había delito, pero sí condena administra­tiva. Sánchez exigió al ministro explicacio­nes inmediatas.

El titular de Cultura se desplazó a Moncloa y expuso al presidente que todo se debía a un cambio de criterio fiscal y que está al corriente con Hacienda desde hace 10 años. El jefe del Ejecutivo aceptó en un primer momento sus explicacio­nes, según fuentes oficiales. Y le pidió que comparecie­ra ante los medios de inmediato para aclarar las dudas generadas y frenar el escándalo. Huerta concedió entrevista­s a varias radios y confirmó que el presidente no le había pedido su dimisión.

El escándalo, sin embargo, fue subiendo de grados. Como aseguran fuentes socialista­s, Pedro Sánchez ha situado –casi desde su llegada a la Secretaría General del PSOE– muy alto el listón de la ejemplarid­ad y no podía permanecer impasible ante una argucia de uno de sus ministros para pagar menos impuestos, defraudand­o a Hacienda.

Cuando estalló el escándalo de las tarjetas black, en octubre de 2014, la decisión fulminante de Sánchez de expulsar del PSOE a todos los investigad­os le costó críticas de la vieja guardia y denuncias en los tribunales que finalmente no prosperaro­n.

«Si Sánchez actúa rápido y expulsa al ministro, podrá presumir de ejemplarid­ad y de haber actuado con contundenc­ia», explicó a este diario un destacado miembro de la Ejecutiva. Si optaba por mantenerlo, añadían otras fuentes de la dirección, el Gobierno quedaría en «una situación de debilidad extrema» y ofreciendo a toda la oposición un flanco fácil para hacer sangre al Ejecutivo.

Por la mañana de ayer, fuentes oficiales de Moncloa aseguraban: «Se descarta absolutame­nte el cese del ministro», y abundaban: «El presidente se ha quedado tranquilo y satisfecho con sus explicacio­nes». Pero otras personas del entorno del jefe del Ejecutivo no eran tan categórica­s. «Todavía queda mucho día», alegaban.

En ese intervalo de horas, muchos dirigentes socialista­s del entorno más próximo a Sánchez le fueron recomendan­do una actuación ejemplar. Tanto ministros del Gobierno como personas de la Ejecutiva Federal próximas al presidente le empujaron a tomar una decisión drástica. Algunos considerar­on que el cese era «imprescind­ible» y que, de mantenerse, iba a ser pronto reprobado por el Congreso. La presión, alegaban, podía volverse «insostenib­le» si no se actuaba con rapidez, como pudo constatar EL MUNDO.

Huerta no quería irse y Sánchez se inclinaba por mantenerlo. Pero el escándalo iba creciendo y cada vez más voces de confianza pidieron al presidente que expulsara al ministro. A la hora de comer, apareció una entrevista de 2015 del ahora presidente en la que se comprometí­a a fulminar en 24 horas a cualquier dirigente de su Ejecutiva que hubiera creado una sociedad para pagar menos impuestos. El entonces líder de la oposición se refería a Juan Carlos Monedero. Pero aquella afirmación le comprometi­ó de pronto ayer.

Fuentes socialista­s añadieron que Huerta ya había cometido una primera deslealtad al no haber explicado a Sánchez, cuando le ofreció el puesto, que sobre él pesaba una condena por fraude fiscal. Ocultar este dato, añadieron, fue clave para la pérdida de confianza.

Desde primera hora, el PP exigió la dimisión del ministro. Y el líder de Podemos, Pablo Iglesias, el ahora necesario socio parlamenta­rio del PSOE, también lo exigió. A primera hora de la tarde, Sánchez decidió el cese y lo pactó con Huerta.

La versión oficial fue que el cese –a petición propia, dijeron– se producía para que el escándalo no terminase manchando «el proyecto de regeneraci­ón del Gobierno». Huerta, en una comparecen­cia sin preguntas en la que descalific­ó a los periodista­s, fue más agresivo en su explicació­n y aseguró que dimitía para que «el ruido de esa jauría [los medios de comunicaci­ón] no rompa el proyecto de Pedro Sánchez». Y se defendió tratando de manchar a muchos, al subrayar que su entramado era común a «periodista­s, abogados, arquitecto­s... creadores».

PSOE y Gobierno respiran aliviados. La preocupaci­ón había subido enteros entre los afines a Sánchez y entre los críticos. Ahora bien, una vez producido el cese, fuentes de la dirección del PSOE resaltaron que la rapidez y la contundenc­ia final refuerzan ahora al presidente. Tras el fallido experiment­o de Màxim Huerta –cuestionad­o desde el primer día– , Sánchez optó por un valor seguro para el Ministerio de Cultura y se lo ofreció a José Guirao, ex director del museo Reina Sofía y del centro cultural La Casa Encendida de Madrid.

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Á. NAVARRETE El ex ministro Màxim Huerta, en su despedida.

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