UN DJ SALVÓ MI VIDA
EN ALGÚN MOMENTO INCIERTO el pinchadiscos pasó de la cabina de una discoteca a la celebridad. Ya casi no quedan discotecas, pero hubo un tiempo que existieron por todas partes. Luego cambió el perfil de esos personajes a los que pedirles una canción favorita. El hedonismo que llegó con el house y el acid infectarían a toda la música popular en los años siguientes. Las máquinas se ponían al servicio de la democratización de la creatividad. Y el público revitalizaba la fórmula de tribalismo, del baile y la fiesta por la vía de los ritmos digitales y los estilos que traía la nueva sensibilidad.
Los disc jockeys se convirtieron así en el epicentro de este movimiento. Las cabinas se trasladaron a los grandes escenarios de los festivales. Así se pusieron a viajar por el mundo como nuevas e inesperadas figuras del negocio musical, portando sus maletas de discos, con managers y cachés cada vez más altos. Y celebramos su presencia como nuevos gurús del placer de bailar junto a miles de desconocidos en un acto físico y evasivo, el baile.
Quien alguna vez se ha puesto detrás de una mesa de mezclas, con vinilos, CD o ficheros digitales, sabe de la adrenalina que produce hacer bailar y disfrutar a otra gente. Quienes hemos bailado con los Djs damos cuenta de ese subidón intenso y musculoso, marcado por la liturgia de sonrisas y miradas que se cruzan. Casi nunca son creadores, pero son catalizadores de la pasión por esa parte de la cultura popular que nos ha traído al siglo XXI, desde siempre, la emoción simple y rotunda del placer.