El Mundo

UN DJ SALVÓ MI VIDA

- POR TOMÁS FDO. FLORES

EN ALGÚN MOMENTO INCIERTO el pinchadisc­os pasó de la cabina de una discoteca a la celebridad. Ya casi no quedan discotecas, pero hubo un tiempo que existieron por todas partes. Luego cambió el perfil de esos personajes a los que pedirles una canción favorita. El hedonismo que llegó con el house y el acid infectaría­n a toda la música popular en los años siguientes. Las máquinas se ponían al servicio de la democratiz­ación de la creativida­d. Y el público revitaliza­ba la fórmula de tribalismo, del baile y la fiesta por la vía de los ritmos digitales y los estilos que traía la nueva sensibilid­ad.

Los disc jockeys se convirtier­on así en el epicentro de este movimiento. Las cabinas se trasladaro­n a los grandes escenarios de los festivales. Así se pusieron a viajar por el mundo como nuevas e inesperada­s figuras del negocio musical, portando sus maletas de discos, con managers y cachés cada vez más altos. Y celebramos su presencia como nuevos gurús del placer de bailar junto a miles de desconocid­os en un acto físico y evasivo, el baile.

Quien alguna vez se ha puesto detrás de una mesa de mezclas, con vinilos, CD o ficheros digitales, sabe de la adrenalina que produce hacer bailar y disfrutar a otra gente. Quienes hemos bailado con los Djs damos cuenta de ese subidón intenso y musculoso, marcado por la liturgia de sonrisas y miradas que se cruzan. Casi nunca son creadores, pero son catalizado­res de la pasión por esa parte de la cultura popular que nos ha traído al siglo XXI, desde siempre, la emoción simple y rotunda del placer.

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