El Valencia gana su primera Liga ACB tras siete años de dominio de Madrid y Barça
Logran la primera ACB de su historia tras derrotar por tercera vez a un Real Madrid
Apeló el Real Madrid al orgullo, «a los cojones», a su naturaleza indomable. A eso que se recurre cuando no se atisba el final del laberinto, cuando caen en picado las conexiones que mueven a los equipos hacia el éxito. Cuando el rival ha hecho pedazos cualquier sospecha de inferioridad. Como ocurre tantas otras veces, donde no llegó el baloncesto tampoco lo hizo el coraje. Un Valencia Basket sublime no dejó escapar esta vez la historia ante sus ojos. Con una Fonteta en trance tumbó por tercera vez en cinco días a los blancos y alzó su primera ACB, una Liga para la eternidad.
Un grupo, el de Pedro Martínez, ya inmortal. Le ha costado exactamente 30 años de vida conquistar la ACB, el empeño y la fortuna con nombre propio, el de Juan Roig, el mecenas que lo hizo posible. 155 millones de euros desde 1986 aportó el dueño de Mercadona. Este mismo curso de las tres finales, 7,5 de los 12 del presupuesto y promesas de continuidad. «Vamos a hacer un equipazo», pronunció cuando supo seguro hace unos días su regreso a la Euroliga. Y lo ha ido a conseguir cuando pocos lo hubieran firmado. Porque contradicen las leyes de la lógica, esas que hablan de morales que se quiebran cuando se desaprovechan las oportunidades.
Hace dos meses, en esta misma Fuente de San Luis que lloraba anoche de alegría, el Unicaja arrebataba cruelmente la Eurocup a los taronjas, una remontada de las que tumban hombres, 13 puntos de ventaja por los suelos en los últimos minutos. ¡Qué lección para anoche! Estos mismos jugadores habían pasado en febrero por el trance de ceder por bien poco en la final de Copa. Tal vez sólo ellos mismos confiaban siquiera en poder plantar cara como entonces al Madrid. No sólo eso, le han hecho pedazos como nunca antes nadie en estos seis años de era Laso.
Con su indolencia, el Madrid se compró un billete en el Titanic. Le ocurre en esta ACB huérfana del Barça como decía Norman Mailer de Foreman, que no está acostumbrado a que un hombre suba al ring sin tenerle miedo. Si sudó más de lo esperado contra Morabanc Andorra y Unicaja –pese al 3-0–, no le valió esta vez con la inercia del que se sabe superior.
En esta partida de ajedrez en la que devino la final, cada movimiento fuera del orden establecido conlleva consecuencias. Fue Sastre la sorpresa de Pedro Martínez en el quinteto y no le pudo salir mejor la apuesta, con nueve puntos del balear en el amanecer (19 en total), un chico pleno de cualidades, con todas las papeletas para estar entre los 12 de Scariolo en el próximo Eurobasket. Con el carácter que demostró ayer, no se le intuyen límites. El Madrid volvió a arrancar con otra marcha en defensa, aislando esta vez a Dubljevic con ayudas rápidas y con un Llull más organizador.
Se intuía ya en esos instantes un punto superior de intensidad en el taronja, la agresividad necesaria para estas cumbres, la determinación del que no está dispuesto a dejar pasar otra vez el tren delante de sus narices. Fue un arreón de furia y un vendaval de baloncesto. Porque se puede hablar del sonrojante apagón blanco, irreconocible como nunca, pero todo el mérito al taronja, que para levantar este título ha llevado el juego a límites insospechados. En ese ratito del segundo cuarto donde estalló la final, un parcial de 26-3, fue como el boxeador desatado que acorrala al oponente.
Golpeaban todos. Vives, Rafa Martínez, Sato, Oriola y Will Thomas. El quinteto de suplentes fue un ciclón ante un Madrid que se empezaba a desquiciar, con Doncic desbordado y Rudy incapaz de contener la calma. La brutal distancia en el rebote ponía de manifiesto todo lo que estaba ocurriendo en la pista (24-10). Al Madrid ya sólo le quedaba la heroica de la heroica.