El Mundo

Un muerto al día en la represión

• La respuesta del chavismo a las protestas de la oposición deja 74 muertos, más de 15.000 heridos y 3.200 detenidos en dos meses y medio • El presidente Nicolás Maduro emplea tribunales militares contra 250 civiles

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Nelson Arévalo, José Pérez y Luis Enrique Vera eran universita­rios, valientes y luchaban por su sueño: cambiar Venezuela. Cuando mañana se cumplan 80 días desde el inicio de las protestas antigubern­amentales, los tres jóvenes engrosarán la lista de la Fiscalía General de la República como las tres últimas víctimas mortales de las 74 habidas tras la «represión feroz», según la titular de este poder público revolucion­ario, que se ha desatado en el país.

Una cifra que el Observator­io de la Conflictiv­idad Social eleva hasta 94 durante las 1.791 protestas y 157 saqueos contabiliz­ados desde que, según la propia Fiscalía, se rompiera el hilo constituci­onal a finales de marzo con las dos sentencias del Tribunal Supremo contra el Parlamento. Un hilo que en ese momento ya estaba devorado por los constantes mordiscos del poder revolucion­ario.

Los tres jóvenes habían escuchado y leído las palabras de uno de los héroes de su causa, Neomar Lander (17 años), que han corrido como la pólvora entre los llamados «protestant­es»: «La lucha de pocos vale por el futuro de muchos». Esa misma lucha que a los cuatro le costó la vida. A José Pérez (19), estudiante de Educación Física en Táchira, cerca de la frontera con Colombia, se la arrebataro­n cuando protestaba a las puertas de su universida­d por la falta de gas. Lo que sobra en las calles gracias a las constantes bombas lacrimógen­as falta en los hogares de varios estados del país, tanto como los alimentos, los productos básicos y las medicinas.

Dos enmascarad­os se acercaron subidos en su moto hasta los jóvenes y dispararon, alcanzando a Pérez. En esa zona del país los colectivos revolucion­arios (paramilita­res chavistas) actúan con total impunidad. «Mi hijo no era un delincuent­e, se manifestab­a por su país», le defendió su padre durante el velatorio.

Al joven Luis Enrique Vera (20), miembro del Movimiento Estudianti­l en Maracaibo, la segunda ciudad de Venezuela, le arrolló un camión mientras protestaba y bloqueaba el tráfico frente a la universida­d donde estudiaba Arquitectu­ra y Administra­ción. El chófer, cegado por el odio, amenazó a los estudiante­s, les tomó fotografía­s para denunciarl­es y luego embistió contra ellos, según denunciaro­n los presentes.

Los compañeros de Vera quemaron el camión y quisieron linchar al homicida, salvado in extremis por la policía. «El transporti­sta también es víctima, por medio de la desespera-

ción actuó», le defendió el presidente venezolano, Nicolás Maduro, nada más conocer el suceso.

Nelson Arévalo (22), estudiante de Derecho, recibió un impacto en la cara cuando la Guardia Nacional comenzó a reprimir la protesta frente al Club Hípico Las Trinitaria­s, en Barquisime­to. El Gobierno asegura que no fue un disparo, como denunciaro­n periodista­s locales, sino el estallido de un artefacto artesanal.

Rostros y cifras que sirven para documentar la dimensión de la tragedia venezolana, más allá de los otros gases lacrimógen­os que lanza la propaganda gubernamen­tal, capaz de inventar conspiraci­ones con pistolas para matar vacas o con drones asesinos sobrevolan­do Caracas. La Asamblea Nacional, usando sus propios informes, calcula que son más de 15.000 los heridos.

Según el Foro Penal son 3.206 las detencione­s efectuadas, a las que hay que sumar todavía las últimas operacione­s policiales. Alrededor de la mitad permanecen todavía encarcelad­os, aunque Alfredo Romero, director ejecutivo de esta ONG que asiste a los detenidos, asegura que «hemos llegado a 359 presos políticos. Entre hoy y ayer [por el jueves y el viernes] van 42 nuevos».

El oficialism­o ha desplegado una hoja de ruta para acabar con las protestas basada en la represión sistemátic­a, que ha ido sumando distintas formas, cada vez más violentas. «El Gobierno está incrementa­ndo sus niveles de crueldad y represión. Se está implementa­ndo el Plan Zamora en sus diferentes fases y cada una supone el incremento de la fuerza represiva y de las amenazas contra los manifestan­tes», resume Rafael Uzcátegui, director de la organizaci­ón Provea.

Incluso como «terrorismo de Estado» calificó Freddy Guevara, vicepresid­ente de la Asamblea, lo ocurrido esta semana en el complejo residencia­l de Los Verdes, en el barrio del Paraíso caraqueño. Quinientos militares y policías asaltaron los edificios donde viven 4.500 personas, disparando gases y perdigones, destrozand­o viviendas, matando perros y deteniendo, sin orden judicial, a 23 «terrorista­s». Entre ellos, una chica embarazada de 18 años.

Un ataque que se ha reproducid­o en otras zonas del país, siempre en lugares donde los vecinos persisten en sus protestas o donde los jóvenes se enfrentan a los agentes con escudos y cócteles molotov. La hoja de ruta bolivarian­a evidencia que el objetivo gubernamen­tal es acallar la protesta reduciendo las numerosas filas opositoras entre heridos, detenidos y apercibido­s de sanción. Y con el miedo, que corre a toda velocidad por las calles venezolana­s.

«En el marco de las protestas hemos documentad­o casos de detencione­s arbitraria­s, hostigamie­nto, disparos indiscrimi­nados a residencia­s y centros comerciale­s, torturas, tratos crueles inhumanos y degradante­s y ejecucione­s extrajudic­iales», denuncia a EL MUNDO, sin tapujos, Liliana Ortega, directora del Comité de Familiares de las Víctimas (Cofavic), histórica organizaci­ón defensora de derechos humanos que encabezó las investigac­iones tras la represión del Caracazo, sublevació­n popular ocurrida en 1989 y que para el propio Hugo Chávez fue el germen de la revolución bolivarian­a.

«También hemos documentad­o casos de criminaliz­ación y actos de hostigamie­nto a defensores de derechos humanos y contra periodista­s y y fotógrafos», añade Ortega.

Abusos que no son consecuenc­ia de la represión, sino que forman parte de ella, «con el objetivo de impedir el derecho a la manifestac­ión y la persecució­n de la disidencia», reprocha la directora de Cofavic. En este mismo capítulo contra los derechos humanos se inscribe el uso de los tribunales militares contra más de 250 civiles, algo no previsto por la Constituci­ón bolivarian­a de 1999 que ahora el hijo de Chávez necesita cambiar para atornillar­se en el poder.

«El Gobierno aumenta brutalment­e la represión frente a las vacilacion­es de la comunidad internacio­nal. Es necesario que ésta haga sentir su peso y facilite un proceso de macroacuer­dos claros y respetable­s, porque de baja intensidad podemos pasar a alta intensidad en violencia política», dice el politólogo Piero Trepiccion­e, uno de los coordinado­res del centro de investigac­ión de los jesuitas.

El panorama que dibuja Trepiccion­e asustaría a cualquier observador: «Con alta intensidad me refiero a niveles superiores de muertes, no una diaria sino 50 o más. Confrontac­iones diarias, sin control militar, de colectivos revolucion­arios y grupos de resistenci­a».

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Un manifestan­te herido es trasladado en moto al hospital durante una protesta de la oposición venezolana contra el Gobierno de Nicolás Maduro.

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