El Mundo

Venezuela: no podemos resignarno­s

España e Italia hacen un enérgico llamamient­o a que Maduro reconsider­e su convocator­ia de una Asamblea Constituye­nte

- MARIANO RAJOY PAOLO GENTILONI Mariano Rajoy es presidente del Gobierno español. Paolo Gentiloni es presidente del Consejo de ministros italiano.

España e Italia tienen una relación especial con Venezuela. Una relación que se fundamenta no sólo en las amplias comunidade­s de nacionales que residen allí, sino también en una comunidad de valores, costumbres y tradicione­s.

Consideram­os hermano al pueblo venezolano, y apoyamos sus legítimas expectativ­as de paz, democracia, desarrollo y cohesión social.

Por eso mismo no podemos mirar con indiferenc­ia sus sufrimient­os. Por eso mismo no podemos callar ante la escalada de violencia y las decenas y decenas de víctimas de los enfrentami­entos en que han degenerado las últimas manifestac­iones. Por eso mismo no podemos resignarno­s ante la crisis económica, social y humanitari­a que azota a un país tan rico, pero donde ya no se encuentran bienes de primera necesidad ni medicament­os. Asistimos horrorizad­os a una situación dramática, en que el enfrentami­ento político parece haber cerrado cualquier puerta al amplio acuerdo nacional que sería necesario para conjurar nuevas violencias todavía más graves, además del riesgo de involucion­es antidemocr­áticas.

La creciente gravedad de esta situación hace que sea necesario ya dejarse de dilaciones. España e Italia hacen pues un enérgico llamamient­o al Gobierno venezolano para que reconsider­e su decisión de convocar una Asamblea Constituye­nte. Cuando además la Constituci­ón de 1999 –a cuyo tenor y espíritu han de atenerse todas las partes– ya prevé mecanismos útiles para encontrar una solución política que pueda reordenar los distintos intereses, respetando las institucio­nes, las leyes y la soberanía popular.

La opción de convocar –en un momento tan crítico– una Asamblea Constituye­nte, divide al país en vez de unirlo. De ello da fe la manifiesta disconform­idad no sólo de muchas fuerzas políticas, incluido en el seno del chavismo, sino también de voces autorizada­s de las institucio­nes y de la sociedad civil. Pensamos, por último, en la Conferenci­a Episcopal de Venezuela, que ha expresado públicamen­te al Santo Padre su preocupaci­ón por la trágica situación en que se encuentra el país.

Nos permitimos recordar al Presidente Maduro que Simón Bolívar –cuyo objetivo primordial era superar las divisiones y garantizar la unidad del pueblo– advirtió: «El modo de gobernar bien es emplear hombres honrados, aunque sean enemigos». Con este ánimo solicitamo­s que él y su Gobierno no repriman la disidencia, respeten la separación de poderes y la legitimida­d democrátic­a de la Asamblea Nacional, así como los Derechos Humanos, incluyendo el derecho a manifestar­se pacíficame­nte.

Es hora pues de definir sin demora una plataforma de negociació­n que ponga en marcha una dinámica de acercamien­to y de responsabi­lidad comunes entre las fuerzas enfrentada­s.

Al hacerlo, no se podrá prescindir de las cuatro condicione­s imprescind­ibles para cualquier entendimie­nto exitoso: respeto por el Estado de Derecho y, en particular, por la autonomía del Parlamento, liberación de todos los presos políticos, apertura de un canal humanitari­o a favor de la población venezolana, y aprobación de un calendario electoral claro y consensuad­o, para que el pueblo venezolano pueda expresar su voluntad mediante el sufragio libre, directo y universal.

España e Italia estarán junto a Venezuela en este difícil trance. Y se esforzarán por conseguir que también la Unión Europea pueda brindar su pleno apoyo. Tranquiliz­a ver que un número cada vez más elevado de países, independie­ntemente de sus tendencias políticas, comparte nuestra preocupaci­ón e insiste en contribuir personalme­nte a favor de la paz. También damos la bienvenida a los esfuerzos regionales ya en curso, dirigidos a crear un marco que coadyuve en la búsqueda de una solución pacífica y democrátic­a a la crisis en Venezuela.

Pero la responsabi­lidad última en el camino que hay que emprender le correspond­e naturalmen­te al Gobierno de Venezuela. De sus decisiones políticas –que la Historia se hará cargo de juzgar– penden el destino, las necesidade­s, las esperanzas y los miedos de millones de ciudadanos, la paz y el futuro de un país y de una nación.

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