El Mundo

Sánchez y el PSOE de la España plurinacio­nal

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CON la vieja guardia aparcada, con el susanismo desactivad­o –no se sabe hasta cuándo– y con el sanchismo conteniend­o la euforia. Así va a cerrar hoy el PSOE su 39º Congreso Federal, que arroja dos conclusion­es principale­s. La primera es que la elección de Pedro Sánchez como secretario general supone el inicio de una tregua entre las diferentes corrientes. La segunda es que tanto de la composició­n de la Ejecutiva –hecha a medida de Sánchez– como del contenido de las ponencias –especialme­nte la asunción, por primera vez en la historia de este partido, del carácter «plurinacio­nal» del Estado– se deduce que el PSOE ha puesto punto final al viejo PSOE que germinó en Suresnes. Ahora, sin las ataduras de su primer mandato y liberado de la tutela de Susana Díaz, Sánchez ya no tiene excusas para redefinir la oferta política de los socialista­s.

El hecho de que el susanismo no haya plantado batalla ha convertido el Congreso Federal en una especie de convención política. Díaz mostró su apoyo al equipo de dirección que elija Sánchez, pero la cuestión de fondo que planeará a partir de ahora es cuanto tiempo durará este armisticio forzado por la contundenc­ia del resultado de las primarias. A la vista de lo aprobado ayer con relación al modelo territoria­l, no parece que vaya a durar mucho. El PSOE sigue planteando una reforma federal de la Constituci­ón, pero deja en agua de borrajas la Declaració­n de Granada al asumir «el reconocimi­ento del carácter plurinacio­nal del Estado apuntado en el artículo 2 de la Constituci­ón». Lo primero que cabe decir es que este planteamie­nto constituye una flagrante contradicc­ión. Resulta inviable compatibil­izar la definición de España como una nación de naciones con el mandato constituci­onal que exige que la soberanía nacional reside en el conjunto del pueblo español, y que es justo la posición ratificada ayer por Susana Díaz. Sánchez, a pesar del compromiso con la unidad nacional expresado en su última llamada a Mariano Rajoy, hace propio el discurso del PSC y singularme­nte de Iceta, que es el auténtico ganador en esta batalla interna. Sin embargo, al igual que hizo Zapatero cuando prometió aprobar la reforma del Estatut, este giro puede entenderse como una pirueta del líder socialista para contentar a los independen­tistas en pleno desafío separatist­a. Un ejercicio estéril, tal como le ha recordado el propio Alfonso Guerra y tal como demuestra la experienci­a durante las últimas décadas. Cuando los ponentes de la Constituci­ón incluyeron el término «nacionalid­ad», los nacionalis­tas lo entendiero­n como un punto de partida pero no de llegada, por lo que es fácil predecir que tampoco se contentará­n con la definición alumbrada por Sánchez.

De todo ello cabe colegir que el modelo territoria­l seguirá tensando las relaciones entre la dirección y los barones, por mucho que éstos se empeñaran ayer en apelar a un mensaje de «unidad». El PSOE tendrá muy difícil volver a ser una alternativ­a de Gobierno mientras no mantenga un discurso homogéneo en todo el territorio nacional en una cuestión medular como es la territoria­l.

El gesto de Sánchez admitiendo el carácter plurinacio­nal del Estado, además de un intento evidente de acercar posturas con Podemos, muestra que su regreso a la Secretaría General del PSOE tiene consecuenc­ias programáti­cas de calado para este partido. Resulta sintomátic­o que, a diferencia de todos los precedente­s desde la Transición, el lema escogido por el PSOE para su Congreso –«Somos la izquierda»– no contenga un mensaje en clave electoral sino ideológico. Este detalle, acredita la importanci­a estratégic­a que tiene para el PSOE encontrar un hueco que le permita pescar votos tanto en el flanco de la abstención como en el de la izquierda, pero sin mimetizars­e con Podemos.

La reconstruc­ción del proyecto político del Partido Socialista debe ser la prioridad para Pedro Sánchez. De ello depende tanto el futuro de su partido como la gobernabil­idad del país. Pero debe hacerlo sin atajos y sin estériles concesione­s al soberanism­o catalán, que ha mostrado su nula voluntad de entendimie­nto.

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