El Mundo

Ana Oramas e Irene Montero, dos estrellas emergentes

Montero se expresa con su soniquete de papagayo asambleari­o; tiene bravura, pero es difícil seguirla con atención Ana Oramas arrancó el aplauso de la Cámara, ella forma parte de las huestes femeninas que están luciendo poderío Felipe VI, poco amante de

- CARMEN RIGALT

Vuelvo la mirada a la moción de censura esperando que las altas temperatur­as no me obstruyan la memoria. Muchos son los españoles que estos días se han atorado como consecuenc­ia del golpe de calor. Perdón: yo prefiero decir «estrés térmico», por simpatía con el ficus centenario de Murcia, una criatura de 12 toneladas que el viernes exhaló un largo crujido y se desplomó sobre la plaza de Santo Domingo de la capital. La caída y muerte del ficus nos ha sensibiliz­ado a todos. Tanto, que ya asumimos el estrés térmico como una enfermedad del siglo XXI. Es el diagnóstic­o de moda en la era del cambio climático.

A lo que iba. El día de la moción de censura, Pablo Iglesias (para sus adversario­s, «Iglesias Turrión») llegó al Congreso de los Diputados con traje y corbata. El pantalón se le suponía pero, como le ocurre a los bustos parlantes de los telediario­s, que sólo existen de cintura para arriba, el líder podemita también se presentaba como una realidad a medias; prueba de ello es que empieza a pasar por el aro de los estilismos.

A su lado estaba Irene Montero, que al rato habría de revelarse como azote de los políticos de la oposición. Montero, actual número dos de la formación política en sustitució­n de

Íñigo Errejón, parecía insuflada de un espíritu superior que la asistía desde más allá de la Historia. Cuando subió a la tribuna y comenzó a expresarse con su inconfundi­ble soniquete de papagayo asambleari­o, a muchos les pareció ver en ella la efigie de Evita Perón dirigiéndo­se a los descamisad­os. Todo hay que decirlo. Montero tiene arranque, bravura y casta, pero cambia poco de registro y es difícil seguirla con atención. No es una crítica, sólo una precisión técnica y, en cualquier caso, se cura con un par de clases.

La formación de Montero como parlamenta­ria vino impuesta por la salida de Errejón, que a su vez aterrizó en la política con la sabiduría heredada de algún Demóstenes encaramado a lo alto del árbol genealógic­o. Echar de menos a Errejón no significa despreciar a Irene, pero una cosa sí está clara: Errejón no habría necesitado dos larguísima­s horas para construir un discurso que, a la postre, sólo está hilvanado. La calificaci­ón de estrella emergente no sólo le correspond­e a Irene, sino también a la canaria Ana Oramas, una mujer que ha vivido siempre entregada a la política y, concretame­nte, a Coalición Canaria (CC). Actualment­e es portavoz de CC sustituyen­do a Paulino Rivero. Su en- frentamien­to a Pablo Iglesias durante la pasada moción de censura arrancó el aplauso de buena parte de la Cámara y la llevó a los titulares de los periódicos por su remango y naturalida­d.

Ana Oramas no estrenaba discurso, pero sí protagonis­mo. Ella forma parte de las huestes femeninas que están luciendo poderío. Prescrito ya el tiempo de la mujer-cuota, ahora se impone la conquista de mayores parcelas de poder, una conquista que es ante todo un objetivo feminista y, además, de partido. En casi todas las formacione­s, las número dos son mujeres. Ya no se trata de hacer bulto, ahora hay que figurar con voz propia. En el Pepé está Soraya; en el PSOE, Adriana Lastra; en Podemos, Irene Montero; en Bildu, Marian Beitialarr­angoitia. Sin olvidar a las periférica­s, con mando en sus respectiva­s asambleas autonómica­s, como Uxue Barkos, Susana Díaz, Mónica

Oltra, Inés Arrimadas, etc. Quizás debería ponerlas en orden alfabético, como si fueran actores de una cartelera de teatro, pero si me entretengo corro el riesgo de olvidar a alguna. Pelear con el estrés térmico es casi peor que pelear con la memoria.

Por cierto, hablando del olvido: se me olvidaba comentar lo que Ana Oramas le echó en cara a Pablo Iglesias durante el turno de palabra, cuando el debate ya iba cuesta abajo: «A usted no le gustan las mujeres no sumisas, señor Iglesias», dijo ella con expresión remangada. El líder podemita torció el morro y respondió metiéndose en vericuetos para terminar llamándola tránsfuga.

El debate estuvo mejor en Twitter que en el Congreso. Demasiado previsible, dijeron algunos. Los discursos que los políticos llevaban preparados encajaban como un guante.

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J. MARTÍN / EFE La diputada de Coalición Canaria Ana Oramas, en el reciente debate de la moción de censura a Rajoy.

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