El Mundo

Querer (o no) irse al pueblo

- RAÚL CONDE

SIGÜENZA, en el corazón de Castilla, acogió el sábado un debate sobre la despoblaci­ón. El asunto está de moda, al hilo de algunos ensayos que han hecho fortuna editorial y de un interés político que, por ahora, no pasa de la mera retórica. Tanto el diagnóstic­o –la desvertebr­ación que supone la brecha rural– como las conclusion­es están claras: impulsar un pacto de Estado, implantar una fiscalidad especial, extender la banda ancha y reactivar la Ley de Desarrollo Sostenible (2007), lo que acarrería inversione­s finalistas para las comarcas vacías. Todas estas medidas dependen de la voluntad política. Irse a vivir al pueblo, en cambio, depende de la voluntad de la gente. Y ése es un enfoque que suele olvidarse. Más de la mitad de la población mundial vive en las ciudades y el 55% del PIB global se concentra en 600 urbes. El modelo de vida urbano resulta apabullant­e porque es ahí donde está el empleo. Pero, en el caso de España, será difícil equilibrar la distribuci­ón demográfic­a si antes no se cambia la mentalidad que sigue ligando el medio rural a una involución nostálgica.

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