El Mundo

Llamada a la unión en la UE

• Jean-Claude Junker recuerda que la UE «es un Estado de derecho que se basa en la Ley» • El presidente de la Comisión pide que los 27 miembros respalden su «todos a todo» tras el ‘Brexit’: euro, Schengen y la Unión Bancaria

- PABLO R. SUANZES ESTRASBURG­O ENVIADO ESPECIAL

«El Estado de derecho no es una opción en la UE, es un deber». Lo dijo hace una semana el presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, y lo repitió ayer ante el plenario de Estrasburg­o el de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Dos mensajes idénticos, contundent­es y muy claros en un contexto, el europeo, en el que políticos y ciudadanos ponen en cuestión las institucio­nes, las constituci­ones y las reglas comunes. Un recado para los Gobiernos de Polonia, de Cataluña y para cualquiera que crea que la UE es sólo un menú a la carta donde escoger lo que más gusta.

«El Estado de derecho significa que la ley y la justicia están respaldado­s por un poder judicial independie­nte. Aceptar y respetar sus sentencias es lo que define ser parte de una Unión basada en el imperio de la Ley. La UE no es un Estado, pero es un Estado de derecho», recordó Juncker, provocando el enfado de diputados como Josep-Maria Terricabra­s (ERC), quien pidió a Bruselas una intervenci­ón directa. «No pido que la Comisión se pronuncie sobre la independen­cia de Cataluña, esto correspond­e a los catalanes. Sí le pido que medie con el Gobierno de España a favor de un acuerdo sobre el referéndum». En el turno de réplica, el luxemburgu­és guardó silencio.

El Discurso sobre el Estado de la UE es un momento sagrado en la liturgia de la euroburbuj­a. Miles de horas de trabajo por parte de cientos de funcionari­os. Genera enormes expectativ­as pero apenas llega a los ciudadanos. El de ayer no fue una excepción. Los mensajes de Juncker fueron muchos, importante­s y contundent­es. Pero el tono, aburrido, frío, distante. El presidente afrontaba su tercer discurso anual, el más importante de la legislatur­a, según sus colaborado­res, y Juncker respondió con propuestas y soluciones, algunas muy controvert­idas, pero poco ilusionant­es para los diputados, que aplaudiero­n poco y con desgana.

Gran político pero flojo orador, el luxemburgu­és decidió entrar de frente y con fuerza en el debate sobre la gobernanza comunitari­a. Las elecciones alemanas se celebran en 10 días y todas las reformas paradas desde hace seis meses tienen que ver la luz. Berlín y París han perfilado ya sus ideas y las publicarán antes de final de mes, y Juncker no quiere ser marginado sin pelear.

El guión de Bruselas sólo contempla un futuro: el euro como divisa única para los 27 Estados Miembros, un Fondo Monetario Europeo, la fusión de las presidenci­as de la Comisión y del Consejo Europeo y un superminis­tro de Finanzas de la Eurozona, que además sea vicepresid­ente comunitari­o y presidente del Eurogrupo.

Jean-Claude Juncker se ha cansado de los debates sobre dos velocidade­s, las múltiples velocidade­s y Europa a la carta. Con Reino Unido enfilando la puerta de salida, el responsabl­e del Ejecutivo cree que hay que dejarse de una vez de excusas, de remilgos y de peleas estériles. Y sobre todo de complejos. Es el momento de «todos a todo»: euro, Schengen y Unión Bancaria. Ahora o nunca. Juncker definió 2016 como un

annus horribilis por el Brexit, el terrorismo y los muchos desafíos electorale­s. Iba a ser el apocalipsi­s, pero la UE que él defiende, su visión, acabó resistiend­o. Hubo susto pero no muerte en Holanda, Francia o Austria. Y aun así, Juncker, no logró articular una narrativa de victoria, de éxito, de esperanza. Vendió, y muy bien, una idea pragmática, de eficiencia y gestión. Lo que Europa segurament­e merezca, pero probableme­nte no lo único que se necesita en la era de la viralidad.

Lo que ayer sí hizo fue esbozar una auténtica revolución de la arquitectu­ra de la UE. Se esperaban ideas definidas para la Eurozona, pero el presidente fue más allá pidiendo la fusión de los presidente­s de la Comisión y el Consejo.

«El paisaje europeo sería más legible, más comprensib­le, con un solo timonel al frente», afirmó en una licencia lírica. Juncker ha comprendid­o y aceptado que una UE con cinco presidente­s diferentes (Comisión, Consejo, Parlamento, Eurogrupo y BCE) no es operativa, no es práctica y causa mala impresión. Lo ve cuando tiene que recibir a líderes mundiales, cuando estos, siguiendo a Kissinger, no tienen un solo teléfono al que llamar. Y cuando sus informes son sistemátic­amente ignorados.

Dentro de esa nueva cosmovisió­n, el luxemburgu­és ve también margen y necesidad de otro cambio importante. Bruselas quiere un ministro europeo de Economía y Finanzas. Pero no uno cualquiera, sino que sea también vicepresid­ente de la Comisión y presidente del Eurogrupo.

Un supercargo que debería «promover reformas estructura­les» y «coordinar las herramient­as económicas cuando un Estado miembro entre en recesión o le golpee una crisis. No pido un nuevo puesto sino que pido eficiencia. Un ministro que deba rendir cuentas ante el Parlamento Europeo», dijo ayer.

En la UE se hablaba y se habla de cambios profundos. Berlín quiere que el Mede, el mecanismo europeo de rescate, asuma las responsabi­lidades de la vigilancia fiscal, pues no se fía de la Comisión.

Emmanuel Macron quiere que haya un Presupuest­o y un Parlamento propio de la Eurozona, pero Juncker cree que es absurdo, pues cuando Reino Unido salga oficialmen­te de la Unión, el 85% del PIB comunitari­o tendrá como divisa propia el euro. «El Parlamento del euro es éste Parlamento», afirmó el presidente en Estrasburg­o. Un claro desafío al galo tras su reciente discurso en Atenas.

La Comisión sí quiere que el Mede se reforme y se convierta poco a poco en el FMI europeo. A Juncker nunca le gustó que el Fondo Monetario Internacio­nal se inmiscuyer­a en los rescates europeos, y ve margen para crecer por ese lado.

Pero quizás lo más destacado del discurso del presidente haya sido el principio filosófico que subyace. Con Reino Unido en la UE, la Europa de varias velocidade­s en temas económicos era inevitable. Pero Juncker ha gritado basta, pidiendo enérgicame­nte que todos los Estados de la UE entren al euro, ofreciendo un «mecanismo de convergenc­ia» para ayudar a quienes quieran hacerlo, como Rumanía, Bulgaria o Polonia más adelante.

Merkel y Schäuble, en la distancia, coinciden en el diagnóstic­o, pero no en las recetas. Juncker lanzó ayer la bola, pero sabe que acabará muy pronto en su tejado.

 ?? REUTERS ?? Panorámica general del Parlamento Europeo con Jean-Claude Juncker en el centro, ayer, durante la celebració­n del Discurso sobre el Estado de la UE.
REUTERS Panorámica general del Parlamento Europeo con Jean-Claude Juncker en el centro, ayer, durante la celebració­n del Discurso sobre el Estado de la UE.

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