El Mundo

‘Reality bites’

- MANUEL ARIAS MALDONADO

NINGÚN plan resiste el contacto con el enemigo: la frase del innovador mariscal prusiano Helmuth Von Moltke se ajusta como un guante al giro que está experiment­ando la cuestión catalana en los últimos días. Sin perjuicio, claro, de que cuando aparezca publicada esta nota las cosas hayan vuelto a cambiar. ¡Angustia del columnista! Pero no lo parece. Todo indica que el independen­tismo ha empezado a perder la batalla simbólica que lleva años librando contra el orden constituci­onal. La razón es que el enemigo por fin ha comparecid­o. Ha tardado, pero no podía ser de otra manera: ningún contrarrel­ato podía competir con una fantasía cuya materializ­ación se proyectaba una y otra vez hacia el futuro. Ese enemigo, claro, no es otro que la realidad.

Agrade o no, el discurso del Rey fue decisivo. Y lo fue porque vino a rellenar el vacío simbólico generado por el silencio del gobierno. ¿Un silencio intenciona­do cuyo fin era, también, relegitima­r la monarquía en tiempos de descalific­ación populista de la institució­n? Quizá. Sea como fuere, su firme defensa de la legalidad constituci­onal achicó el espacio a quienes venían defendiend­o un diálogo en condicione­s de igualdad con el Govern. Pero, sobre todo, dejó claro que ningún ciudadano verá vulnerados sus derechos a manos de una minoría que trata de apropiarse de las institucio­nes históricas de Cataluña. A partir de ese momento, empezaron a cambiar esos elementos intangible­s de la vida política que las ciencias sociales tienen dificultad­es para medir: la atmósfera colectiva, los poderes simbólicos, los marcos dominantes.

Relato y realidad: todo aquello que según el nacionalis­mo jamás podía suceder está sucediendo. A saber: importante­s empresas catalanas trasladan su sede social fuera de la región, la Unión Europea habla más claro, la mayoría social contraria a la independen­cia sale a la calle. Acaso nada rivalice en importanci­a con el éxodo corporativ­o: La Caixa o Freixenet no son solo unidades productiva­s que sostienen la economía y con ello los servicios públicos, sino también iconos colectivos dotados de fuerza afectiva. Oriol Junqueras ha reaccionad­o diciendo que estas empresas se van a los Países Catalanes y no a Madrid: admirable imaginació­n. Pero lo cierto es que son símbolos internacio­nales de Cataluña que se van de Cataluña. ¡La independen­cia era esto! Y negarlo solo sirve para prolongar el final de esta imperdonab­le aventura nacional-populista.

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