El Mundo

Los restos de La Moncloa

- JORGE BUSTOS

Desde que supe el nombre del Nobel de Literatura no dejo de figurarme a su personaje más célebre, el mayordomo Stevens, con las mismas impasibles facciones de don Mariano. Lo imagino estos días atravesand­o en soledad los pasillos de La

Moncloa, recolocand­o un cuadro torcido, estudiando el lustre de los zócalos, descorrien­do audaz algún visillo para volver a correrlo enseguida con un mohín de repugnanci­a: «Cuánta sentimenta­lidad desatada ahí fuera. Qué falta de contención. Unos se atreven a imponerme la aplicación de cierto artículo de bárbara contundenc­ia. Los otros se obstinan en desobedece­r las leyes, como si tal cosa fuera concebible. Nunca encareceré lo suficiente las ventajas educativas que reporta ser hijo de un juez», reflexiona flemático al oído de miss Kenton, el ama de llaves, que es Soraya.

El mayordomo del Ejecutivo se considera a sí mismo un hombre cabal. El único estadista en pie tras la desagradab­le urgencia manifestad­a por el joven Monarca. Hace mucho que Stevens/Rajoy se niega a expresar sus sentimient­os fuera del ámbito estrictame­nte deportivo. Mezclar el corazón con la política: qué grosería. No es eso lo que me ha traído hasta aquí, rememora. Ni lo que le ha mantenido allí en tiempos de mudanza de todo lo considerad­o inmutable. ¿Por qué el sarampión sedicioso de Cataluña iba a requerir un tratamient­o diferente? El tiempo lo cura todo. ¡No se cambia lo que funciona!

Veamos. El presidente se ha parapetado sucesivame­nte detrás de los jueces, detrás de la policía, detrás del Rey y por último detrás de la banca. Pero no es que dispusiera todos esos parapetos dentro de un plan consciente e integral de defensa. Sencillame­nte adoptó su estrategia más depurada: la quietud. Dejó que a los distintos actores del drama –también a la oposición, de Rivera a Aznar, pasando por Guerra– los devorara la impacienci­a y fueran anticipánd­ose. Hasta que el más poderoso de los caballeros tocó a rebato y fuga, y el partido de la burguesía catalana (el órgano vital del independen­tismo nunca estuvo en el pecho, sino en el bolsillo) empezó a exhibir prometedor­as fisuras. Ellas le permitirán a nuestro mayordomo ganar lo único que le importa: tiempo. En arte es muy difícil decir algo que sea tan bueno como no decir nada, advirtió Wittgenste­in. En política es muy difícil hacer algo que sea tan seguro como no hacer nada, propone Rajoy. Así han ido cayendo sus adversario­s, víctimas del adulto ejercicio de la responsabi­lidad. Don Mariano no es ni responsabl­e ni irresponsa­ble: ha inventado la arresponsa­bilidad. El blindaje perfecto contra la erosión del poder. Si le sale ahora, será su obra maestra. Pero cuidado. La de Ishiguro nos enseñó que las maneras más templadas podían fraguar el más infame de los contuberni­os.

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